El escándalo de los abusos de menores por parte de sacerdotes en Estados Unidos surgió cuando la explosión de casos ya había pasado. Aquella fue una crisis propia de una época turbulenta, la revolución sexual (o sus inicios). Es lo que subraya un nuevo estudio realizado por un equipo de investigadores del John Jay College of Criminal Justice, que ya en 2004 publicó una investigación sobre las dimensiones del fenómeno (cfr. artículo relacionado). Esta vez ha hecho un trabajo más difícil, investigar las causas, que le ha llevado casi cinco años.
Como el anterior, el segundo estudio fue encargado por la Conferencia Episcopal, que ha pagado la mayor parte del costo. También han contribuido a financiarlo varias instituciones católicas. El John Jay College, de la City University of New York, está especializado en criminología y es una institución externa a la Iglesia.
Según el primer informe, en el periodo 1950-2002 hubo denuncias de abusos sexuales contra 4.392 sacerdotes, que suponen el 4% de los sacerdotes activos en esos años. Una parte muy pequeña (149 sacerdotes) acumulaban el 27% de las denuncias.
Los años en que hubo casi todos los abusos fueron los de la revolución sexual y los de menor satisfacción de los sacerdotes con su ministerio
Contra lo que han dicho algunos, destacar el influjo de los revueltos años 60 y 70 no significa que la Iglesia se exculpe a sí misma por medio de los investigadores que contrató. El extenso estudio (150 páginas) señala también, entre los múltiples factores que provocaron a la crisis, la tardía reacción de los responsables eclesiásticos, que se preocuparon más de evitar la publicidad y atender psicológicamente a los culpables de abusos que de ayudar a las víctimas. Esto, que era sabido, contribuyó a que se prolongara la crisis, pero no explica cómo empezó todo.
Los investigadores se encontraron frente a un fenómeno singular. En el periodo contemplado por el estudio, 1950-2010, los casos de abusos empezaron siendo en torno a un centenar anual, se multiplicaron rápidamente hacia 1960, llegaron a cerca mil al año en los setenta y ochenta, y tuvieron un descenso aún más pronunciado que la subida, sobre todo desde 1985 (ver gráfico). Desde principios de los años noventa están por debajo del nivel inicial. Como se ve, hubo una “explosión” temporal de abusos. ¿Qué pasó en aquellos años?
El celibato no tiene culpa
La causa no pudo ser, dice el informe, ni el sacerdocio exclusivamente masculino ni el celibato, pese a lo que han dicho algunos: como lo uno y lo otro han permanecido antes, durante y después de la crisis, no han podido provocarla.
Fallaron claramente la prevención y la vigilancia, pues la mayoría de los abusos no salieron a la luz hasta muchos años después
Tampoco hubo una “epidemia” de pederastia. Entre los casos de abusos, los de pederastas (atraídos por niños impúberes) son una pequeña minoría cuyo número se mantuvo prácticamente constante durante los 60 años estudiados. En cambio, la mayor parte, que son los que abusaron de adolescentes varones y los que abusaron de chicos de uno u otro sexo, sí siguen la evolución general, con el rápido ascenso en los años sesenta y la caída en los ochenta. Por otro lado, la tipología de los abusadores apenas revela rasgos (psicológicos, patológicos...) que los distingan claramente de los demás sacerdotes.
Por eso se impone la hipótesis de que fue la crisis de una época. Pero no la de una generación formada en aquellos años confusos, sino de unos sacerdotes de distintas generaciones que vivieron entonces. Casi la mitad de los abusadores fueron ordenados antes de los años sesenta, y por tanto no les afectó la relajación en los seminarios iniciada en ese periodo. Fue algo propio de aquellas décadas que influyó en sacerdotes de distintas edades y formación. Y lo que les inclinó a cometer abusos no es una única causa, sino un conjunto complejo de factores.
Años confusos
Los años de la crisis, señala el informe, coinciden con una especie de sacudida en la sociedad, con rápidos cambios de criterios en ámbitos como la familia, la realización individual o la sexualidad. Esa misma época, según las encuestas disponibles, es la de menor satisfacción de los sacerdotes con su ministerio y la de más defecciones. En ese ambiente general, diversas circunstancias personales favorecieron que algunos comenzasen a abusar de menores.
Como ya se ha dicho, no se encuentra ningún factor que resulte estadísticamente determinante; pero algunos son más frecuentes entre los sacerdotes acusados. En una parte de los casos, influyeron situaciones de tensión por sobrecarga de trabajo u otras dificultades en condiciones de aislamiento y falta de apoyo por parte de otros sacerdotes. Un síntoma señalado en el estudio es que en aquellos tiempos muchos sacerdotes abandonaron la dirección espiritual.
En cuanto a características personales de los sacerdotes que cometieron abusos, entre las que presentan alguna relevancia estadística está haber recibido poca educación sexual en la familia, cosa que es más frecuente en los ordenados antes de los años sesenta. Otra es haber sido objeto ellos mismos de abusos sexuales cuando eran niños o adolescentes; pero aunque esto tiene una fuerte correlación con la comisión de abusos, son pocos los sacerdotes que están en ese caso.
Falló la prevención
Iniciada la crisis, la inacción o débil respuesta por parte de las autoridades eclesiásticas favoreció que se prolongara, pero en realidad no fue tan decisiva. Como anota el informe, en 1985 –año en que los abusos comenzaron a disminuir muy rápidamente– se habían producido ya el 80% de los casos, pero solo se habían denunciado a las diócesis el 6%. Por tanto, en gran parte, el problema durante la crisis misma no fue que no se castigaran con decisión los abusos, sino que no se conocían. Más grave que el fallo de la represión fue el de la prevención y la vigilancia.
En esto, a su vez, tuvo mucho que ver el ambiente de entonces, de poca transparencia, que protegía más a los investidos de autoridad que a las víctimas. Pues en todos los ámbitos, los menores que sufren abusos tienden a callar por miedo o vergüenza si no tienen alguna persona de confianza con quien hablar o prevén que su denuncia no será creída.
Es significativo que en el periodo 1950-1984 las diócesis recibieron solo 810 denuncias, pero cerca de la mitad fueron hechas por los padres u otros familiares de las víctimas; además, casi el 60% del total llegaron menos de un año después de los hechos y tres cuartas partes, antes de dos años. Como luego resultó claro, hasta entonces solo había hablado una pequeña minoría. A partir de 1990 se presentaron miles de denuncias, en su gran mayoría por las propias víctimas, ya adultas, o sus abogados, y con una dilación media de 20-30 años.
Cambio de mentalidad
La otra gran incógnita que se plantea el estudio es cómo acabó la crisis. Tampoco aquí se encuentra una pistola humeante. Entre otros factores, el estudio atribuye bastante importancia a la introducción de programas de formación humana en el plan de estudios de los seminarios a partir de los años ochenta. Esa medida, que luego se reforzó en aplicación de la exhortación apostólica Pastores dabo vobis de Juan Pablo II, pretendía capacitar mejor a los sacerdotes para las exigencias de la castidad y el celibato. Y en efecto, señala el informe, el desarrollo de tales programas concuerda con la disminución de los abusos; pero el descenso había comenzado antes.
También influyó el cambio de la mentalidad social, con una conciencia más viva de la gravedad que revisten los abusos de menores. A esto contribuyó el activismo de las víctimas, que dieron a conocer sus sufrimientos. De todas formas, también la aparición de estos factores es varios años posterior al comienzo del declive de los abusos, y por tanto en parte independiente de ellos. Sin una reacción ni unas campañas tan fuertes, los abusos de menores disminuyeron también en otros ámbitos, aunque no tan rápidamente como en la Iglesia católica.
Nueva transparencia de la Iglesia
Al intentar esclarecer las causas de la crisis de abusos sexuales en la Iglesia de Estados Unidos, los investigadores del John Jay College se encuentran con la dificultad de no tener puntos de comparación para identificar lo específico del caso católico. “Ninguna otra institución –dice el informe– ha llevado a cabo un estudio público de los abusos sexuales y, en consecuencia, no hay datos comparables a los reunidos y dados a conocer por la Iglesia católica”.
Las recomendaciones del estudio se centran en la prevención. Los investigadores subrayan la necesidad de evitar las ocasiones: que los sacerdotes no se encuentren en circunstancias que favorezcan intimar de modo impropio con chicos. También insisten en que se apliquen plenamente las directrices aprobadas por la Conferencia Episcopal y la Santa Sede. La Iglesia, dice el estudio, ha reaccionado, pero los cambios necesarios aún no están completos.
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