La realización de la mujer
Todos queremos “realizarnos”. Pero no resulta fácil decir cuándo un ser humano ha conquistado la realización completa, verdadera, en su propia vida.
“Realizarse” implica, por una parte, descubrir cuál es la meta profunda de nuestra condición humana. ¿Cuál podrá ser? ¿Consistirá tal vez en trabajar mucho, en ganar dinero, en divertirse, en satisfacer los propios caprichos, en estar siempre con los amigos, en aparecer en los medios de comunicación, en gozar de una oscura y “dorada” mediocridad?
Notamos en seguida que existe una enorme diferencia entre la “realización objetiva” y las “realizaciones” empobrecidas que dependen de modas sociales o de caprichos personales.
Un joven desearía dedicarse a fondo a la vida deportiva. Sus padres, sus profesores, la sociedad, le imponen una serie de estudios y de reglas que le alejan de la soñada meta. Pero no podemos excluir que ni los planes del joven ni las imposiciones sociales corresponden siempre a algo más profundo que se oculta en cada ser humano, a una fuerza íntima que pide una oportunidad para salir a la luz, para “realizarse”.
Lo anterior vale para todos: niños y grandes, ricos y pobres, occidentales y orientales, europeos, americanos, asiáticos y africanos. Vale, también, para los hombres y para las mujeres.
De modo especial, la mujer de nuestro tiempo vive bombardeada por presiones y por slogans que la orientan, casi la obligan, a buscar ciertas “realizaciones”, algunas de las cuales llegan casi a ahogar bienes olvidados, o incluso a provocar comportamientos abiertamente peligrosos e innaturales.
Noticias recientes nos han puesto en guardia, por ejemplo, ante la búsqueda de la delgadez como si fuera un absoluto. Tal obsesión invade a miles de adolescentes y no tan adolescentes por “conservar la línea”, con degeneraciones que llevan a la anorexia y a la muerte de personajes famosos o a la ruina de adolescentes en el umbral de la vida.
No es tan noticia, aunque cada vez tomemos más conciencia de ello, que millones de mujeres desearían casarse jóvenes y acoger en seguida a uno o varios hijos. Viven, sin embargo, prisioneras de un sistema económico y de una cultura que ha dado un valor absoluto a la conquista de un buen nivel de vida, hasta el punto de llevarlas año tras año a retrasar el matrimonio y la maternidad.
Y cuando nace un hijo, surgen entonces tensiones profundas. ¿La casa o el trabajo? ¿El hijo, los hijos, o la realización profesional?
No hemos de tener miedo a buscar, seriamente, la respuesta a la pregunta: ¿cuál es la realización profunda de la mujer? No podemos decir que sea algo que depende de los distintos contextos sociales, de los niveles de educación, de las elecciones individuales. La mujer, como el varón, tiene una estructura íntima y profunda que busca “realizarse”, salir a la luz, más allá de los caprichos del momento, por encima de las modas impuestas por sociedades muchas veces obsesionadas por la producción y deshumanizadas respecto de lo que embellece la vida humana.
La realización de una mujer requiere mirar hacia el propio corazón para, desde allí, notar una llamada primitiva y profunda (ineliminable, como el bulbo raquídeo, como el ciclo menstrual con su fecundidad fascinante), a darse, a servir, a dejar de lado sueños de modelo o conquistas de igualitarismos no siempre liberatorios para ser ella misma. Así será posible abrirse a la bellísima tarea de amar y dar vida. Una tarea a la que también estamos llamados los hombres, pero que no podemos descubrir ni aprender si no es a través de la ayuda y el ejemplo que nos dan las mujeres que viven a nuestro lado.
Habrá buenos trabajadores, buenos padres, buenos esposos, si hay mujeres que sean plenamente mujeres: promotoras de justicia y de paz, de alegría y de esperanza, de amor y de vida (esposas madres junto a esposos padres). Mujeres realizadas plenamente, porque han roto con esquemas reductivos que las aprisionaban, porque se han abierto a riquezas íntimas que embellecen los corazones y producen sonrisas fascinantes.
Bosco Aguirre
Dignidad de la mujer
IV. Preferencia por la mujer
La impronta pontificia de Juan Pablo Magno la sintetiza su lema mariano-montfortiano: «Totus Tuus» («Soy todo tuyo María»), consecuentemente, todo lo que escribió y dijo de la mujer lo expresó con la mirada puesta en María.
IV.- Preferencia por la mujer Las más bellas páginas de intimidad de Jesús son con la mujer. No conocemos los detalles de su relación con su Madre, que, conocidos a los dos en su inigualable santidad, se verificaría en un clima de admiración mutua, de respeto extremo, de cariño desbordante, de fidelidad ejemplar. Son muchas las mujeres relacionadas con Jesús, a las que trata como no era usual en su época, y no solo en privado sino en público, porque desea introducir una nueva conducta respecto a la mujer, aún contra las tradiciones seculares de su Pueblo de Dios. Los Apóstoles se espantan de que hable a solas con una mujer perdida como es la Samaritana, pero anhela dar una lección a sus mismos seguidores judíos, de que abordar a una mujer puede realizarse con la misma pureza y utilidad divina que a un varón. Se enternece, quizás como nunca, ante la visión de la viuda de Naím, que perdió a su único hijo, hasta el punto de que el evangelista señala toda la profunda emoción hasta las lágrimas. Todos los varones de Israel, presentes en la denuncia contra la adúltera, incluidos sus discípulos, se aprestaban a lapidar a la mujer, siendo solo El quien interpreta la ley mosaica con la misericordia que faltaba a los suyos. Defiende con entusiasmo a la pecadora que lava sus pies con perfume costoso, aunque esta acción le sirviera de condenación por parte de los presuntos justos. Y la elección de Magdalena para que llevara el mensaje oficial de Jesús a los Apóstoles sube hasta lo inverosímil, hasta el punto de que los Apóstoles "no creen a las mujeres", con lo que denotan su forma de tratar a las féminas. Igual ante la salvación El hecho de ser hombre o mujer no comporta aquí ninguna limitación, así como no limita absolutamente la acción salvífica y santificante del Espíritu en el hombre el hecho de ser judío o griego, esclavo o libre… el Espíritu Santo, que realiza esta unidad en el orden sobrenatural de la gracia santificante, contribuye en igual medida al hecho de que "profeticen vuestros hijos" al igual que "vuestras hijas"… La «igualdad» evangélica, la "igualdad" de la mujer y del hombre en relación con las "maravillas de Dios", tal como se manifiesta de modo tan límpido en las obras y en las palabras de Jesús de Nazaret, constituye la base más evidente de la dignidad y vocación de la mujer en la Iglesia y en el mundo. Toda vocación tiene un sentido profundamente personal y profético; entendida así la vocación, lo que es personalmente femenino adquiere una medida nueva: la medida de las "maravillas de Dios", de las que la mujer es sujeto vivo y testigo insustituible (16). Juan Pablo II nos da exacta la visión de la mujer desde la perspectiva de Dios, que es la de su Iglesia, heredada de su interpretación. Otra cosa es que los hombres, dominadores de la sociedad, contemplen así o de otro modo egoísta la dignidad y la misión de la mujer. Lo que a nosotros sobre todo nos debe interesar es la preferencia que Dios muestra por la mujer; tiene que ser así, visto que la respuesta al amor y a la búsqueda de Dios es más intensa y universal en la mujer que en el hombre. Pruebas a canto, con profusión, en la asistencia a nuestros templos y en la participación en los actos litúrgicos y sacramentales. Amada por sí misma Dios creo maravillas: astros luminosos e inmensos; lagos y mares lindísimos; aves con variedad todavía incalificable, y con todas las gamas de la belleza integral; flores y plantas con una profusión y diferencia que abruma por su forma, color y perfume; sin embargo, creó todo para el servicio y la utilidad del hombre, rey de su creación. Una excepción: el ser humano es el único entre las criaturas del mundo visible que Dios Creador ha amado por sí mismo… para la entrega sincera de sí mismo a los demás. Decir que el hombre ha sido creado a imagen y semejanza de Dios quiere decir también que el hombre está llamado a existir "para" los demás, a convertirse en un don (7). Sobre todas las flores y las aves, sobre los astros y los mares, es amado el hombre, es amada por Dios la mujer. Y, por el ejemplo de Dios, que se derrama en sus criaturas, nace la vocación humana de entregarse al servicio y a la felicidad de los demás. Quien observa las entretelas de una familia, bien pronto se percatará que en esta dádiva de las personas a otras, de ordinario hay un abismo entre el hombre y la mujer, favorable a la mujer. Lo puedo testificar por mi propia experiencia; y quizás también el lector, si es sincero. La mujer, que, en su ambiente, no se sienta suficientemente estimada, respetada, ayudada y mimada, dese cuenta de que se trata solamente de una conducta meramente humana, ya que en el secreto de las relaciones entre Dios y los hombres no existe esa discriminación; y, si la existiera en casos concretos, sería a su favor en vista de su más ardua labor entre los hombres. En la mayor parte de las familias, es la mujer, la madre, el elemento eficaz de la unidad entre sus componentes. Por su amor siempre más sensible y operativo que el del hombre en el campo de las relaciones personales, que llega desde los exquisitos cuidados al niño hasta las atenciones extraordinarias al anciano compañero. En ese sentido, bien puede afirmarse que su vocación y su dedicación son superiores a las del varón. Sus brazos siempre están más próximos al pecho y al corazón de los varones que viceversa. En admiración y honor de las mujeres que nos hicieron hombres.
Todos queremos “realizarnos”. Pero no resulta fácil decir cuándo un ser humano ha conquistado la realización completa, verdadera, en su propia vida.
“Realizarse” implica, por una parte, descubrir cuál es la meta profunda de nuestra condición humana. ¿Cuál podrá ser? ¿Consistirá tal vez en trabajar mucho, en ganar dinero, en divertirse, en satisfacer los propios caprichos, en estar siempre con los amigos, en aparecer en los medios de comunicación, en gozar de una oscura y “dorada” mediocridad?
Notamos en seguida que existe una enorme diferencia entre la “realización objetiva” y las “realizaciones” empobrecidas que dependen de modas sociales o de caprichos personales.
Un joven desearía dedicarse a fondo a la vida deportiva. Sus padres, sus profesores, la sociedad, le imponen una serie de estudios y de reglas que le alejan de la soñada meta. Pero no podemos excluir que ni los planes del joven ni las imposiciones sociales corresponden siempre a algo más profundo que se oculta en cada ser humano, a una fuerza íntima que pide una oportunidad para salir a la luz, para “realizarse”.
Lo anterior vale para todos: niños y grandes, ricos y pobres, occidentales y orientales, europeos, americanos, asiáticos y africanos. Vale, también, para los hombres y para las mujeres.
De modo especial, la mujer de nuestro tiempo vive bombardeada por presiones y por slogans que la orientan, casi la obligan, a buscar ciertas “realizaciones”, algunas de las cuales llegan casi a ahogar bienes olvidados, o incluso a provocar comportamientos abiertamente peligrosos e innaturales.
Noticias recientes nos han puesto en guardia, por ejemplo, ante la búsqueda de la delgadez como si fuera un absoluto. Tal obsesión invade a miles de adolescentes y no tan adolescentes por “conservar la línea”, con degeneraciones que llevan a la anorexia y a la muerte de personajes famosos o a la ruina de adolescentes en el umbral de la vida.
No es tan noticia, aunque cada vez tomemos más conciencia de ello, que millones de mujeres desearían casarse jóvenes y acoger en seguida a uno o varios hijos. Viven, sin embargo, prisioneras de un sistema económico y de una cultura que ha dado un valor absoluto a la conquista de un buen nivel de vida, hasta el punto de llevarlas año tras año a retrasar el matrimonio y la maternidad.
Y cuando nace un hijo, surgen entonces tensiones profundas. ¿La casa o el trabajo? ¿El hijo, los hijos, o la realización profesional?
No hemos de tener miedo a buscar, seriamente, la respuesta a la pregunta: ¿cuál es la realización profunda de la mujer? No podemos decir que sea algo que depende de los distintos contextos sociales, de los niveles de educación, de las elecciones individuales. La mujer, como el varón, tiene una estructura íntima y profunda que busca “realizarse”, salir a la luz, más allá de los caprichos del momento, por encima de las modas impuestas por sociedades muchas veces obsesionadas por la producción y deshumanizadas respecto de lo que embellece la vida humana.
La realización de una mujer requiere mirar hacia el propio corazón para, desde allí, notar una llamada primitiva y profunda (ineliminable, como el bulbo raquídeo, como el ciclo menstrual con su fecundidad fascinante), a darse, a servir, a dejar de lado sueños de modelo o conquistas de igualitarismos no siempre liberatorios para ser ella misma. Así será posible abrirse a la bellísima tarea de amar y dar vida. Una tarea a la que también estamos llamados los hombres, pero que no podemos descubrir ni aprender si no es a través de la ayuda y el ejemplo que nos dan las mujeres que viven a nuestro lado.
Habrá buenos trabajadores, buenos padres, buenos esposos, si hay mujeres que sean plenamente mujeres: promotoras de justicia y de paz, de alegría y de esperanza, de amor y de vida (esposas madres junto a esposos padres). Mujeres realizadas plenamente, porque han roto con esquemas reductivos que las aprisionaban, porque se han abierto a riquezas íntimas que embellecen los corazones y producen sonrisas fascinantes.
Bosco Aguirre
“Realizarse” implica, por una parte, descubrir cuál es la meta profunda de nuestra condición humana. ¿Cuál podrá ser? ¿Consistirá tal vez en trabajar mucho, en ganar dinero, en divertirse, en satisfacer los propios caprichos, en estar siempre con los amigos, en aparecer en los medios de comunicación, en gozar de una oscura y “dorada” mediocridad?
Notamos en seguida que existe una enorme diferencia entre la “realización objetiva” y las “realizaciones” empobrecidas que dependen de modas sociales o de caprichos personales.
Un joven desearía dedicarse a fondo a la vida deportiva. Sus padres, sus profesores, la sociedad, le imponen una serie de estudios y de reglas que le alejan de la soñada meta. Pero no podemos excluir que ni los planes del joven ni las imposiciones sociales corresponden siempre a algo más profundo que se oculta en cada ser humano, a una fuerza íntima que pide una oportunidad para salir a la luz, para “realizarse”.
Lo anterior vale para todos: niños y grandes, ricos y pobres, occidentales y orientales, europeos, americanos, asiáticos y africanos. Vale, también, para los hombres y para las mujeres.
De modo especial, la mujer de nuestro tiempo vive bombardeada por presiones y por slogans que la orientan, casi la obligan, a buscar ciertas “realizaciones”, algunas de las cuales llegan casi a ahogar bienes olvidados, o incluso a provocar comportamientos abiertamente peligrosos e innaturales.
Noticias recientes nos han puesto en guardia, por ejemplo, ante la búsqueda de la delgadez como si fuera un absoluto. Tal obsesión invade a miles de adolescentes y no tan adolescentes por “conservar la línea”, con degeneraciones que llevan a la anorexia y a la muerte de personajes famosos o a la ruina de adolescentes en el umbral de la vida.
No es tan noticia, aunque cada vez tomemos más conciencia de ello, que millones de mujeres desearían casarse jóvenes y acoger en seguida a uno o varios hijos. Viven, sin embargo, prisioneras de un sistema económico y de una cultura que ha dado un valor absoluto a la conquista de un buen nivel de vida, hasta el punto de llevarlas año tras año a retrasar el matrimonio y la maternidad.
Y cuando nace un hijo, surgen entonces tensiones profundas. ¿La casa o el trabajo? ¿El hijo, los hijos, o la realización profesional?
No hemos de tener miedo a buscar, seriamente, la respuesta a la pregunta: ¿cuál es la realización profunda de la mujer? No podemos decir que sea algo que depende de los distintos contextos sociales, de los niveles de educación, de las elecciones individuales. La mujer, como el varón, tiene una estructura íntima y profunda que busca “realizarse”, salir a la luz, más allá de los caprichos del momento, por encima de las modas impuestas por sociedades muchas veces obsesionadas por la producción y deshumanizadas respecto de lo que embellece la vida humana.
La realización de una mujer requiere mirar hacia el propio corazón para, desde allí, notar una llamada primitiva y profunda (ineliminable, como el bulbo raquídeo, como el ciclo menstrual con su fecundidad fascinante), a darse, a servir, a dejar de lado sueños de modelo o conquistas de igualitarismos no siempre liberatorios para ser ella misma. Así será posible abrirse a la bellísima tarea de amar y dar vida. Una tarea a la que también estamos llamados los hombres, pero que no podemos descubrir ni aprender si no es a través de la ayuda y el ejemplo que nos dan las mujeres que viven a nuestro lado.
Habrá buenos trabajadores, buenos padres, buenos esposos, si hay mujeres que sean plenamente mujeres: promotoras de justicia y de paz, de alegría y de esperanza, de amor y de vida (esposas madres junto a esposos padres). Mujeres realizadas plenamente, porque han roto con esquemas reductivos que las aprisionaban, porque se han abierto a riquezas íntimas que embellecen los corazones y producen sonrisas fascinantes.
Bosco Aguirre
Dignidad de la mujer
III.- Maternidad, el mayor tesoro
Recuerda Juan Pablo II varios documentos, entre los que destacan la "Pacem in terris" de Juan XXIII y fragmentos del Concilio Vaticano II; es Pablo VI quien creo una «Comisión para la promoción y responsabilidad de las mujeres», fundado en su afirmación: En efecto, en el cristianismo, más que en cualquier otra religión, la mujer tiene desde los orígenes un estatuto especial de dignidad, del cual el Nuevo Testamento da testimonio en no pocos de sus importantes aspectos; es evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del Cristianismo de un modo tan prominente que acaso no se hayan todavía puesto en evidencia sus virtualidades.
Juan Pablo II hace suyas dichas citas y afirmaciones. Y desea ir más adelante en el descubrimiento y en la exaltación de las virtualidades femeninas.
Todas las religiones prestigiosas y hasta filósofos independientes se han preguntado sobre el destino del hombre en la tierra. La respuesta es el envío del Salvador, cuya venida y obra constituye el punto culminante y definitivo de la autorrevelación de Dios a la humanidad. Y el Salvador, Dios, es "nacido de mujer" (3).
Y esa mujer que se halla en el corazón mismo de este acontecimiento salvífico acepta su misión, noble y dolorosa; en ese momento, por su voluntaria respuesta, Dios mismo sale al encuentro de las inquietudes del corazón humano. En el acontecimiento, verificado en la oscuridad y soledad de un desconocido recinto de Nazaret, María alcanza tal unión con Dios que supera todas las expectativas del espíritu humano. Supera incluso las expectativas de todo Israel y, en particular, de las hijas del pueblo elegido, las cuales, basándose en la promesa, podían esperar que una de ellas llegaría a ser un día madre del Mesías. Sin embargo, ¿quién podía suponer que el Mesías prometido sería el "Hijo del Altísimo"? Esto era algo difícilmente imaginable según la fe monoteísta del Antiguo Testamento. Solamente en virtud del Espíritu Santo, que "extendió su sombra» sobre ella, María pudo aceptar lo que era "imposible para los hombres, pero posible para Dios (3).
Ahí queda la dignidad femenina exaltada hasta lo inverosímil.
Elevación a Dios
La dignidad extraordinaria de la mujer está en la elevación sobrenatural a la unión con Dios en Jesucristo. Hombres y mujeres podemos adquirirla, pero de manera única y especial María ya que es verdaderamente la Madre de Dios, puesto que la maternidad abarca toda la persona y no solo el cuerpo. María es la primera predestinada al perdón y la unión con Dios, que Dios concederá de modo más tenue a todos los hombres.
La mujer no solo es la compañera más o menos necesaria del varón; es también imprescindible para que se verifique el poema de un amor perfecto: el hombre y la mujer, creados como "unidad de los dos" en su común humanidad, están llamados a vivir una comunión de amor que se da en Dios, por la que las tres Personas se aman en el íntimo misterio de la única vida divina. Tan necesaria, para esta perfección del amor, es la mujer como el hombre.
Progenitora la mujer
Del hecho de que Dios, en la persona del Salvador, asumiera cuerpo y estructura interior masculinos, no significa que Dios quisiera dejar en inferioridad a la mujer, que posee cualidades específicas que Dios desea se le atribuyan también a Él: la espera de la criatura en el seno de su progenitora; el amor instintivo de una madre hacia su criatura; los cuidados imprescindibles del inerme niño, de ordinario a cargo de la mujer; la profusión del alimento lácteo exclusivo de la mujer. En la Biblia a Dios se le atribuyen "comparaciones de cualidades masculinas y femeninas". ¿Una aberración de los escritores sagrados? De ningún modo, ya que en esas comparaciones podemos ver la confirmación indirecta de la verdad de que ambos, tanto el hombre como la mujer, han sido creados a imagen y semejanza de Dios. Si existe semejanza entre el Creador y las criaturas, es comprensible que la Biblia haya usado expresiones que le atribuyen cualidades tanto masculinas como femeninas (8). El error en nosotros está en que pensamos que Dios en masculino, cuando no tiene sexo por ser un espíritu.
Aparte de las funciones educadoras y promocionales del niño, casi siempre exclusivas de la mujer, el hecho mismo de la procreación es tan eficiente acto de la mujer que del hombre. No puede verificarse sin varón, pero tampoco con solo el varón. Esta creación en el seno materno, tiene una gran analogía con el engendrar o crear del mismo Dios, y ambos sexos se reparten por igual su participación: Lo que en el engendrar humano es propio del hombre y de la mujer lleva consigo la semejanza, o sea, la analogía con el "engendrar" divino y con aquella "paternidad" que en Dios es totalmente diversa: completamente espiritual y divina por esencia. En cambio, en el orden humano el engendrar es propio de la "unidad de los dos": ambos son "progenitores", tanto el hombre como la mujer (8).
Juan Pablo II coloca las realidades en su lugar; con lo que igualmente condena un machismo que es falsa superioridad del varón, como el feminismo que supondría una engañosa superioridad de la mujer.
La creación del hombre y mujer es, según voluntad divina, igual: a imagen y semejanza de Dios. Y ¿su destino eterno? La enseñanza bíblica en su conjunto nos permite afirmar que la predestinación concierne a las personas humanas, hombres y mujeres, a todos y a cada uno sin excepción (9).
DIGNIDAD DE LA MUJER
II. ALTEZA DE LA MUJER
El 1 de septiembre de 2010, Benedicto XVI citando la Carta Apostólica Mulieris Dignitatem de 1988 de su antecesor Juan Pablo II, exaltó el «genio femenino» al referirse a las virtudes de santa Hildegarda de Bingen, religiosa benedictina y mística alemana, y el ejemplo que las mujeres han dado en la obra apostólica de la Iglesia.
Juan Pablo Magno, empleó el término «genio femenino» por primera vez en la Mulieres Dignitatem. María es el prototipo de la Mujer, ve en ella «la» mujer y en Ella se encarna perfectamente el genio femenino.
II.- Alteza de la mujer
Ninguno ignora que en la tradición bíblica -exceptuando la figura excepcional del Salvador, que no admite comparaciones- María, como mujer, es el personaje más venerado, como ha sido la persona más esperada entre; los siglos que median del pecado del paraíso terrenal a la restauración en la Cruz y en la Resurrección.
Ninguno de los profetas, ni patriarcas, ni el mismo José, verificaron un oficio más cercano a Dios y, en consecuencia, de mayor dignidad y calidad. La mujer prometida en el paraíso, entre los castigos con que Dios arroja del Edén a sus primeros moradores, es la aurora en la que sueñan los justos del Pueblo de Dios; saben, que en cuanto asome esta aurora, está ya en camino de cercanía nada menos que el Mesías, el Salvador de toda la humanidad.
María es llamada por el Papa "la mujer de la Biblia": no cualquier mujer destacada de la Escritura, como Sara, Ester, Judit, Séfora o Ana; es María «la» Mujer (Gen 3, 16), la única Redentora con su Hijo, la única no inmersa, en el pecado original, la única que engendrará en su vientre al Salvador, la única que cuidará con mimo los primeros pasos del Salvador, cuando El, como niño necesitado, era incapaz de valerse.
La dignidad humana.
Juan Pablo II destaca que la cima de la dignidad humana es participar en la función mesiánica de Jesús. María, desde el primer momento de su maternidad divina, de su unión con el Hijo que "el Padre ha enviado al mundo para que el mundo se salve por El, se inserta en el servicio mesiánico de Cristo. Precisamente este servicio constituye el fundamento mismo de aquel Reino, en el cual "servir" quiere decir "reinar". Cristo "Siervo del Señor" manifestará a todos los hombres la dignidad real del servicio, con la cual se relaciona directamente la vocación de cada hombre (5).
En este servicio de Dios, María ocupará uno de los puestos más bajos y oscuros en la escala de valores terrenos; pero Dios no mira la dignidad como los hombres, estimando sobre todo el dinero, el poder, la sabiduría humana. Destaca el Papa esta visión que es fundamental para comprender la razón de nuestra dignidad personal: En la expresión "yo soy la esclava del Señor" se deja traslucir toda la conciencia que María tiene de ser criatura en relación con Dios. Sin embargo, la palabra "esclava" que encontramos en el diálogo con el Ángel, se encuadra en la perspectiva de la historia de la Madre y del Hijo. De hecho, este Hijo, que es el verdadero y consubstancial "Hijo del Altísimo", dirá muchas veces de sí mismo, especialmente en el momento culminante de su misión: "El Hijo del hombre no ha vea nido a ser servido sino a servir (5).
Importante puntualización, ya que Dios no concibe la dignidad humana como la mayoría de los mortales, sino de un modo totalmente contrario, pues que el servir a los demás es la más digna dedicación de toda persona. Así lo demostraron Jesús y María eligiendo libremente el servicio para la salvación.
Intimidad de Jesús
Contra la tradición de la época, en la que la mujer se considera como persona secundaria, incapaz de ocupar puestos de responsabilidad, y casi relegada a sus funciones de hogar, Jesús "habla con las mujeres acerca de las cosas de Dios y ellas le comprenden; se trata de una auténtica sintonía de mente y de corazón, una respuesta de fe. Jesús manifiesta aprecio por dicha respuesta, tan "femenina" y -como en el caso de la mujer cananea- también admiración. A veces propone como ejemplo esta fe viva impregnada de amor; Él enseña, por lo tanto, tomando pie de esta respuesta femenina de la mente y el corazón. Así sucede en el caso de aquella mujer "pecadora" en casa del fariseo, cuyo modo de actuar es el punto de partida por parte de Jesús para explicar la verdad sobre la remisión de los pecados: Quedan perdonados sus muchos pecados porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra (15). Ante el desprecio por la mujer de parte del fariseo, Jesús defiende su dignidad y la aplaude; ante el atónito de los Apóstoles, Jesús atiende las demandas de la Samaritana; ante la condenación por parte de todos los varones, de la mujer adúltera, Jesús no la condena.
Permite a las mujeres que le acompañen en su vida apostólica, entre ellas la ex-prostituta; el amor las congrega al pie de la Cruz, y siguen con su testimonio hasta el entierro. Había muchas mujeres allí, en el Calvario, mirando a Jesús; con mayor fidelidad y valentía que los Apóstoles mismos. Y será una mujer la portavoz oficial de la Resurrección. Y hasta la esposa de Pilato intuye la bondad de Jesús y pone en guardia a su marido para que no condene a Jesús.
Es imposible comprender que tanta mujer, tan diversa, se dedique plenamente a la obra de Jesús, sino porque Él las comprende, las estima, las eleva, las considera dignas de su Misión, acepta sus colaboraciones; en una palabra: acepta y honra, como nadie, la dignidad femenina.
Magdalena es "la apóstol de los Apóstoles», porque fue la primera en dar testimonio de Jesús antes que los mismos Apóstoles (16).
Lo importante es comprender lo que es la dignidad humana ante Dios y no según los hombres. Se debe hablar de una igualdad esencial de ambos, pues al haber sido creados a imagen y semejanza de Dios, hombre y mujer son, en la misma medida, susceptibles de la dádiva de la verdad divina y del amor en el Espíritu Santo; los dos experimentan igualmente sus «visitas» salvíficas y santificantes (16).
Igualdad hombre-mujer
La ex comunista y feminista radical María Antonietta Macchiocchi, en su «apasionante viaje en búsqueda de la Verdad» sobre la dignidad de la mujer, que no logró encontrar en las ideologías imperantes del siglo XX, leyó con avidez la carta Mulieris Dignitatem, firmada por Juan Pablo II en 1988, «que supuso el descubrimiento del pensamiento sobre la mujer más revolucionario y de mayor profundidad de todos los que había conocido en su periplo intelectual». Una lectura que le llevó a escribir el libro Las mujeres según Wojtyla, afirmando en él: de improviso, adquieren sentido las tradiciones, se reconquistan los valores culturales y religiosos, luces como la idea de «lo divino que hay en las mujeres». La historia femenina humana es una página blanca, que está toda por escribir. No hay que llorar por una época de oro del socialismo igualitario hombre-mujer, que no ha sido más que engaño y mentira degradante. La historia vuelve a comenzar y otros valores se perfilan vivos ante nosotros en el tercer milenio.
A partir de la mitad del siglo XX, se había verificado «una explosión de la cultura feminista», ya que no obstante la conquista del voto femenino en 1945 y otros importantes logros como «la instrucción, el acceso a las profesiones, la igualdad de oportunidades y el ingreso al mundo del trabajo, tardaron en hacerse verdaderamente una posibilidad real para las mujeres».
El Concilio Vaticano II en su mensaje final había afirmado: «Ha llegado la hora en que la vocación de la mujer llega a su plenitud, la hora en que la mujer ha adquirido en el mundo una influencia, un peso, un poder jamás alcanzado hasta ahora. Por eso, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a la humanidad a no degenerar».
El Sínodo de los Obispos de 1987, sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo, puso también de relieve la dignidad y la vocación de las mujeres, siguiendo la «revolucionaria» singladura postconciliar.
Juan Pablo Magno, el 25 de marzo de 1987 promulgó su Carta Encíclica «Redemptoris Mater» sobre la Bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina en la pespectiva del año dos mil, en la que el Pontífice puso de relieve, como esencial, la figura de María.
Impulsos con los que, durante el Año Mariano de 1988, el 15 de agosto, Juan Pablo II, lanzó al mundo entero su Carta Apostólica «Mulieris dignitatem» sobre la dignidad y la vocación de la mujer. Documento pontificio, que a pesar de su riqueza, y de la importancia de su contenido, es casi desconocido para la mayoría de los católicos.
I. Igualdad hombre-mujer
Al tratar de la igualdad hombre-mujer, no debemos olvidar que dicha igualdad no puede ser total y absoluta, desde el momento en la misma naturaleza nos modeló distintos.
La anatomía femenina tiene elementos totalmente diversos a los de la masculina, porque también las funciones de los sexos son diversas en la sociedad. Pero se debe hablar de la igualdad entre los sexos en cuanto se refiere a derechos sociales y privilegios divinos y humanos.
En la Mulieris dignitatem, subraya el Santo Padre que la mujer y su vocación se cumplen en plenitud; esta es la hora en que la mujer adquiere en el mundo, una influencia, un peso, un poder jamás alcanzados hasta ahora (1). Un «signo de los tiempos». Triunfo de la mujer que admite gustosamente el Pontífice y desea defenderlo contra todo machismo.
Pone en guardia a la mujer, para que, en su anhelo de «imitar» al varón, no pierda sus propias características, su originalidad, deformando lo que constituye su «riqueza» esencial, una riqueza que fue «un signo de admiración y de encanto» en cuanto contempló Adán a la primera mujer.
La mujer tiene un camino diverso para su perfección. Los recursos personales de la femineidad von son ciertamente menores que los recursos de la masculinidad; son solo diferentes. Por consiguiente, la mujer debe entender su «realización» como persona, su dignidad y su vocación, sobre la base de estos recursos de acuerdo con la riqueza de la femineidad, que recibió el día de la Creación y que hereda como expresión peculiar de la «imagen y semejanza de Dios» (10).
Dios no la hizo inferior al hombre, sino diferente, con una misión particular que no puede verificar el hombre, pero que ella debe desarrollar plenamente.
Dios madre
Dios madre
La característica de la maternidad femenina es asombrosa, porque la mujer hereda la potestad de seguir creando, como Dios. El mismo Dios se presenta con la preocupación y la ternura de madre para con su pueblo: Como uno a quien su madre le consuela, así yo os consolaré (Is 66, 13).
Con estas expresiones, multiplicadas en la Biblia, Dios pretende exaltar la fecundidad de un vientre materno, donde Dios verifica un milagro, cual es de una creación de una compleja maravilla humana. Porque tanto el hombre como la mujer fueron creados a imagen y semejanza de Dios se explica que Dios use de sí mismo cualidades y funciones maternales, siempre teniendo en cuenta que Dios es Espíritu.
En lugar de discutir diferencias inevitables, tanto la mujer como el varón han de reflexionar y admirar la capacidad de engendrar que Dios les concedió en proporción diversa, y que es un parecido con la función del «engendrar» divino, y por lo tanto de creación continuada.
Eva y María
Eva y María
El Demonio, en forma de serpiente, convence a Eva, a la mujer, a pecar; y ella, inficiona, con su inevitable influencia al varón, es la que le tienta hasta llevarle al pecado. ¿Se pierde ahora «la imagen y semejanza de Dios»? No, ni el varón ni la hembra, pero sí se ofusca y se rebaja. Se ha perdido la unidad entre los esposos, con desventaja para la mujer que, en su más elevada función de la maternidad, sentirá el dolor como castigo de su insinuación al pecado.
Pero si la mujer fue la primera artífice del pecado, será también la mujer-María, la primera restauradora de la catástrofe. Juan Pablo II destaca que en la Antigua Alianza solo intervino el varón –Noé, Abraham y Moisés- como interlocutor valioso ante Dios; pero en la Nueva Alianza, la «mujer» adquiere una preponderancia peculiar, porque serán «la mujer y su descendencia», los artífices de la restauración, dando a la mujer un papel activo, no sólo como portadora del Salvador.
En esta función superior, María «es el nuevo principio» de la dignidad y vocación de la mujer. Ya que María reconocerá, sin envidia alguna hacia el varón, que Dios hizo en mí maravillas: es el descubrimiento por María de la propia humanidad femenina, de toda la originalidad de la «mujer» en la manera en que Dios la quiso, como persona en sí misma y que al mismo tiempo puede realizarse en plenitud por medio de la entrega sincera de sí». Jamás varón alguno podrá alcanzar la cima de una realización femenina como es el prestar el útero, el seno, el calor de una mujer a una nueva vida.
Mujer: no eres de menor calidad; fíjate en otra mujer, María. En María, Eva vuelve a descubrir cuál es la verdadera dignidad de la mujer, de la humanidad femenina. Y este descubrimiento debe llegar constantemente al corazón de cada mujer, para dar forma a su propia vocación y a su vida (11).
Iguales en dignidad y derechos; distintos en funciones y vocación.
Benedicto XVI y la mujer
Es imposible e inútil imaginar una Iglesia sin la aportación femenina.
“Por desgracia somos herederos de una historia de enormes condicionamientos que, en todos los tiempos y en cada lugar, han hecho difícil el camino de la mujer, despreciada en su dignidad, olvidada en sus prerrogativas, marginada frecuentemente e incluso reducida a esclavitud. Esto le ha impedido ser profundamente ella misma y ha empobrecido la humanidad entera de auténticas riquezas espirituales. No sería ciertamente fácil señalar responsabilidades precisas, considerando la fuerza de las sedimentaciones culturales que, a lo largo de los siglos, han plasmado mentalidades e instituciones. Pero si en esto no han faltado, especialmente en determinados contextos históricos, responsabilidades objetivas incluso en no pocos hijos de la Iglesia, lo siento sinceramente”. Con esta sensibilidad, con esta afirmación se expresaba Juan Pablo II en la carta que en 1995 escribió a las mujeres.
Es imposible e inútil imaginar una Iglesia sin la aportación femenina. Tan sin sentido que jamás un buen cristiano podrá esconderla y, mucho menos, negarla. En la homilía del Viernes Santo de 2007 ante la Curia Romana y el Santo Padre, el predicador de la casa pontificia, P. Rainero Cantalamessa, recordó que las mujeres son la esperanza de un mundo más humano, que nuestra civilización “tiene necesidad de un corazón para que el hombre pueda sobrevivir en ella sin deshumanizarse del todo”; de ahí que deba darse “más espacio a las razones del corazón" para evitar otra “era glacial” pues hoy se constata la avidez de aumentar el conocimiento pero muy poca la de aumentar la capacidad de amar, y ello tiene su explicación: “el conocimiento se traduce automáticamente en poder, el amor en servicio”.
Es un hecho. De un tiempo para acá, los Papas han sabido ir incardinando las aptitudes de la mujer en varios dicasterios y organismos de la vida de la Iglesia. Con Juan Pablo II se acentuó un periodo, si cabe decirlo así, fecundo de acercamiento y exaltación de los dones, valores, virtudes y vocación propias de la mujer; una valoración que ayudó a ver desde otra perspectiva, tanto a hombres como a mujeres, eclesiásticos o no, la participación de éstas en la vida de la Iglesia y el mundo.
Benedicto XVI ha seguido lúcidamente en esta línea. Como cardenal estuvo encargado de presentar, el 30 de septiembre de 1988, la carta apostólica que Juan Pablo II dedicara a las mujeres (La dignidad de la mujer, Mulieris Dignitatem, en latín). Como prefecto de la Congregación para la doctrina de la Fe, el 31 de julio de 2004 regaló al mundo el documento “Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo”, que vino a revitalizar los escritos pontificios anteriormente aparecidos sobre el tema y a refrescar la importancia de la feminidad dentro de la Iglesia, en el mundo, y la necesidad de que la vocación natural, los dones y aptitudes de la mujer fuesen valorados por el varón y los de éste por ella. Ahora como Papa, las palabras de afecto y reconocimiento de Benedicto XVI hacia la mujer no han sido menores pese a que muchos se empeñen en tratar de hacer ver lo contrario.
Gestos y manifestaciones
EL 14 de febrero de 2007, durante la audiencia general, el Papa centró laudatoriamente la atención en las numerosas figuras femeninas que “desempeñaron un papel efectivo y valioso en la difusión del Evangelio”, subrayando que “no se puede olvidar su testimonio” (Cf. Las mujeres al servicio del Evangelio. Catequesis del Papa durante la audiencia general del miércoles 14 de febrero de 2007, n. 7: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 16 de febrero de 2007, p. 16.).
Con esa catequesis se evidenciaba aún más la trayectoria de reconocimiento público que Benedicto XVI ha venido siguiendo en comentarios puntuales hechos a través de entrevistas, homilías y discursos; una trayectoria que recoge, expone y valora el gran servicio y la aportación peculiar que la mujer ha prestado a la Iglesia y al mundo, reivindicando su protagonismo activo en el ámbito de las comunidades cristianas primitivas y a lo largo de la historia de todo el cristianismo. En esos comentarios también ha recordado clara y amorosamente el papel valiosísimo, aunque no ministerial, que la mujer desarrolla en nuestra actualidad dentro de la Iglesia.
Con esa catequesis se evidenciaba aún más la trayectoria de reconocimiento público que Benedicto XVI ha venido siguiendo en comentarios puntuales hechos a través de entrevistas, homilías y discursos; una trayectoria que recoge, expone y valora el gran servicio y la aportación peculiar que la mujer ha prestado a la Iglesia y al mundo, reivindicando su protagonismo activo en el ámbito de las comunidades cristianas primitivas y a lo largo de la historia de todo el cristianismo. En esos comentarios también ha recordado clara y amorosamente el papel valiosísimo, aunque no ministerial, que la mujer desarrolla en nuestra actualidad dentro de la Iglesia.
En marzo de 2007, a través del presidente del Consejo Pontificio para los laicos, el arzobispo Stanislaw Rilko, Benedicto XVI concedió a la Unión Mundial de Organizaciones de Mujeres católicas (UMOFC), fundada en 1910, el estatuto de asociación pública internacional de fieles; un reconocimiento que, en palabras de la presidenta general, Karen Hurley, significa que se “honra los incansables esfuerzos de millones de mujeres fieles católicas activas en nuestra unión a nivel parroquial, diocesano, nacional e internacional”.
En el encuentro con los movimientos católicos para la promoción de la mujer, en Angola (22.03.2009), Benedicto XVI reconoció que “son las mujeres las que mantienen intacta la dignidad humana, defienden la familia y tutelan los valores culturales y religiosos”. El mismo Pontífice recordó nadie debe dudar que “las mujeres, sobre la base de su igual dignidad con los hombres, tiene pleno derecho a insertarse activamente en todos los ámbitos públicos y su derechos debe ser afirmado y protegido incluso por medio de instrumentos legales donde se considere necesario”. Ciertamente, también recalcó el Papa, “este reconocimiento del papel público de las mujeres no debe disminuir su función insustituible dentro de la familia”.
Maternidad como vocación de primer orden y máxima importancia
Quizá uno de los temas a los que, en el amplio campo de la mujer, más referencia y énfasis ha hecho el actual Santo Padre, ha sido el de la maternidad. Las palabras que al respecto ha pronunciado no se han limitado a la denuncia actual ante la creciente escasez de candidatas a desempeñar su natural vocación de madres y educadoras; ante todo, ha manifestado el aprecio personal y el valor de la maternidad en sí misma, pero no todo ha quedado ahí. El Papa se sabe hijo y entiende lo que esto entraña, por eso agradece a las madres el don de sí mismas, el estar abiertas a la vida. “Vivís y apostáis por la vida, porque el Dios vivo ha apostado por vosotras”, les dijo en Luanda Benedicto XVI (Cf. Discurso del Encuentro con los Movimientos Católicos para la Promoción de la Mujer, Parroquia de san Antonio, 22 de marzo de 2009).
A un párroco romano que le pidió unas palabras de aliento para las “mamás”, el Papa dijo:
“Decidles simplemente: el Papa os da las gracias. Os expresa su gratitud porque habéis dado la vida, porque queréis ayudar a esta vida que crece y así queréis construir un mundo humano, contribuyendo a un futuro humano. Y no lo hacéis sólo dando la vida biológica, sino también comunicando el centro de la vida, dando a conocer a Jesús, introduciendo a vuestros hijos en el conocimiento de Jesús, en la amistad con Jesús. Este es el fundamento de toda catequesis. Por consiguiente, es preciso dar las gracias a las madres por, sobre todo porque han tenido la valentía de dar la vida. Y es necesario pedir a las madres que completen ese dar la vida comunicando la amistad con Jesús” (Cf. Encuentro del Papa con los sacerdotes y diáconos de la diócesis de Roma, 2 de marzo de 2006, n. 10: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de marzo de 2006, p. 5.).
Tiempo antes había ponderado el papel de la maternidad a propósito de la festividad litúrgica de santa Mónica exaltando cómo ella había vivido “de manera ejemplar su misión de esposa y madre ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien” (Cf. Meditación mariana del Ángelus, 27 de agosto de 2006, n. 35: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 septiembre de 2006, p. 1.).
Benedicto XVI no se ha detenido a recordar obligaciones sino en hacer notar la belleza que hay detrás de la vocación de madre y, consecuentemente, de educadora; ante la exposición reaccionaria de ciertos grupos que se oponen a la realización de la mujer en el hogar, la familia, el matrimonio, la maternidad, el Papa ha hecho ver con delicadeza y afecto de padre y pastor cuán lejos está la mujer que no corresponde a su misión natural.
Tiempo antes había ponderado el papel de la maternidad a propósito de la festividad litúrgica de santa Mónica exaltando cómo ella había vivido “de manera ejemplar su misión de esposa y madre ayudando a su marido Patricio a descubrir la belleza de la fe en Cristo y la fuerza del amor evangélico, capaz de vencer el mal con el bien” (Cf. Meditación mariana del Ángelus, 27 de agosto de 2006, n. 35: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 septiembre de 2006, p. 1.).
Benedicto XVI no se ha detenido a recordar obligaciones sino en hacer notar la belleza que hay detrás de la vocación de madre y, consecuentemente, de educadora; ante la exposición reaccionaria de ciertos grupos que se oponen a la realización de la mujer en el hogar, la familia, el matrimonio, la maternidad, el Papa ha hecho ver con delicadeza y afecto de padre y pastor cuán lejos está la mujer que no corresponde a su misión natural.
Sacerdocio y la aportación de la mujer en la Iglesia
Hoy por hoy es más visible la participación de la mujer en organismos vaticanos. Es verdad que Benedicto XVI, hasta el momento, no ha realizado nombramientos al respecto sino que más bien ha mantenido en pie los ya realizados por Juan Pablo II (entre otros, el de la religiosa salesiana, sor Enrica Rosanna, subsecretaria para la congregación de los institutos de vida consagrada y sociedades de vida apostólica, y el de la doctora Mary Ann Glendon, presidenta de la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales).
Pero no todo ha quedado ahí. Para el sínodo sobre la Eucaristía de octubre de 2005, Benedicto XVI convocó a una docena de auditoras para participar en el mismo: desde la ex embajadora de Filipinas ante la Santa Sede, Enrietta Tambunting de Villa, hasta una fundadora, miembros seglares de movimientos eclesiales y, por supuesto, religiosas de distintas congregaciones. Otro tanto sucedió en el Sínodo sobre la Palabra de Dios de 2008.
Propiamente hablando no se puede hacer referencia a una doctrina pontificia sobre la mujer. Ni el actual ni el pontificado anterior la tuvo. Y es que la feminidad no es doctrina de un Papa sino riqueza de la Iglesia entera. Con los documentos que sacó Juan Pablo II, el pontífice no hizo más que evidenciar lo que la Iglesia ha creído y defendido sobre la mujer apoyada en el principio paulino según el cual para los bautizados “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer”. El motivo es que “todos somos uno en Cristo Jesús” (Cf. Gálatas 3, 28), “es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas”.
Es a la luz de esas funciones específicas que se debe captar la respuesta expresada a modo de negativa para el acceso de la mujer a las órdenes Sagradas. Y es que la Iglesia no se puede entender al modo democrático y meramente político. El que muchos quieran una aportación más clara y visible de la mujer en puestos de mayor responsabilidad parece inquietud justa entendida al modo meramente humano de paridad de oportunidades, pero no es así.
“Como sabemos, el ministerio sacerdotal, procedente del Señor, está reservado a los varones, en cuanto que el ministerio sacerdotal es el gobierno en el sentido profundo, pues, en definitiva, es el Sacramento el que gobierna la Iglesia. Este es el punto decisivo. No es el hombre quien hace algo, sino que es el sacerdote fiel a su misión el que gobierna, en el sentido de que es el Sacramento, es decir, Cristo mismo mediante el Sacramento, quien gobierna, tanto a través de la Eucaristía como a través de los demás Sacramentos, y así siempre es Cristo quien preside”.
Y es que el sacerdocio se ha llegado a interpretar como un derecho, cuando es un servicio propio del varón con vocación a servir. Interrogado sobre el tema de la aportación clara y visible de la mujer en la Iglesia, el Santo Padre declaró a los periodistas de Radio Vaticano y a cuatro cadenas alemanas (Bayerischer Rundfunk, ARD, ZDF y la Deutsche Welle):
“…no hay que pensar que en la Iglesia la única posibilidad de desempeñar un papel importante es la de ser sacerdote. En la historia de la Iglesia hay muchísimas tareas y funciones. Basta recordar las hermanas de los Padre de la Iglesia, y la Edad Media, cuando grandes mujeres desempeñaron un papel muy decisivo, y también en la época moderna. Pensemos en Hildegarda de Bingen, que protestaba enérgicamente ante los obispos y el Papa; en Catalina de Siena y en Brígida de Suecia. También en los tiempos modernos las mujeres deben buscar siempre de nuevo -y nosotros con ellas- el lugar que les corresponde. Hoy están muy presentes en los dicasterios de la Santa Sede. Pero existe un problema jurídico: el de la jurisdicción, es decir, el hecho de que, según el derecho canónico, la facultad de tomar decisiones jurídicamente vinculantes va unida al Orden Sagrado” (Cf. La alegría de servir. Entrevista concedida por el Papa Benedicto XVI a Radio vaticana y a cuatro cadenas de televisión alemanas, 5 de agosto de 2006, n. 34: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de agosto de 2006, p. 7.).
Encontrar el lugar que les corresponda significa para el Papa que tienen un lugar; partiendo de ahí ahora hay que reencontrarlo o toparse con él por vez primera. No se trata de buscar nuevos lugares sino de retomar los que ya existen. Al decir “nosotros con ellas” está significando que para determinar si realmente el lugar reencontrado es efectivamente tal, debe contar con la confirmación de la autoridad respectiva.
En marzo de 2006, un joven sacerdote preguntó al Papa: “¿Por qué no hacer que la mujer colabore en el gobierno de la Iglesia? Convendría promover el papel de la mujer también en el ámbito institucional y ver que su punto de vista es diverso del masculino…” La prensa mundial hizo grande eco de la pregunta y poco caso a la respuesta. El Papa respondió con ternura y profundidad:
En marzo de 2006, un joven sacerdote preguntó al Papa: “¿Por qué no hacer que la mujer colabore en el gobierno de la Iglesia? Convendría promover el papel de la mujer también en el ámbito institucional y ver que su punto de vista es diverso del masculino…” La prensa mundial hizo grande eco de la pregunta y poco caso a la respuesta. El Papa respondió con ternura y profundidad:
“Siempre me causa gran impresión, en el primer Canon, el Canon Romano, la oración especial por los sacerdotes. En esta humildad realista de los sacerdotes, nosotros, precisamente como pecadores, pedimos al Señor que nos ayude a ser sus siervos. En esta oración por el sacerdote, y sólo en esta, aparecen siete mujeres rodeando al sacerdote. Se presentan precisamente como las mujeres creyentes que nos ayudan en nuestro camino. Ciertamente, cada uno lo ha experimentado. Así, la Iglesia tiene una gran deuda de gratitud con respecto a las mujeres (…) Las mujeres hacen mucho por el gobierno de la Iglesia, comenzando por la religiosas, por las hermanas de los grandes Padres de la Iglesia, como san Ambrosio, hasta las grandes mujeres de la Edad Media: santa Hildegarda, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Ávila; y recientemente madre Teresa. (…) como sabemos, el ministerio sacerdotal, procedente del Señor, está reservado a los varones, en cuanto que el ministerio sacerdotal es el gobierno en el sentido profundo, pues, en definitiva, es el Sacramento el que gobierna la Iglesia. Este es el punto decisivo. No es el hombre quien hace algo, sino que es el sacerdote fiel a su misión el que gobierna, en el sentido de que es el Sacramento, es decir, Cristo mismo mediante el Sacramento, quien gobierna, tanto a través de la Eucaristía como a través de los demás Sacramentos, y así siempre es Cristo quien preside” (Cf. Encuentro del Papa con los sacerdotes y diáconos de la diócesis de Roma, 2 de marzo de 2006, n. 10: L´Osservatore Romano, edición en lengua española, 10 de marzo de 2006, p. 6.).
No es el hombre quien gobierna, ¡es el sacramento! Por tanto no cabe hablar de discriminación. Es Cristo en definitiva quien gobierna.
El actual Pontífice se ha mostrado sabio y delicado a la hora de aclamar la figura de la mujer así como en los momentos en los que ha recordado cuál no es su función y los motivos de ello. Bien puede pensarse que lleva en la mente aquel sentido agradecimiento que con motivo de la IV Conferencia Mundial sobre la mujer en Pekín redactó Juan Pablo II a modo de carta.
El actual Pontífice se ha mostrado sabio y delicado a la hora de aclamar la figura de la mujer así como en los momentos en los que ha recordado cuál no es su función y los motivos de ello. Bien puede pensarse que lleva en la mente aquel sentido agradecimiento que con motivo de la IV Conferencia Mundial sobre la mujer en Pekín redactó Juan Pablo II a modo de carta.
Agradecimiento a las mujeres
Benedicto XVI no cesará de reivindicar la riqueza del genio femenino. Ya lo ha hecho y, qué duda cabe, lo seguirá haciendo. En la visita que hizo a Angola las llamó “heroínas silenciosas”. El reflejo de esas manifestaciones comienza a dejarse sentir en muchos otros ámbitos de la Iglesia. Cómo no traer a cuento aquellas palabras de gratitud pensadas, escritas y pronunciadas por aquel gran poeta y Papa, Juan Pablo II, que hayan eco en su sucesor:
“Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.
Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.
Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.
Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad.
Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta « esponsal », que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.
Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.
Enero 31, 2011
Hace cuatro años entró en vigor la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia. El objetivo era que la Federación, entidades y municipios se coordinen para prevenir, atender, sancionar y eliminar la violencia de género.
El gobierno federal publicó con nueve meses de retraso el reglamento de la ley, y no ha elaborado el Banco Nacional de Datos e Información sobre Casos de Violencia contra las Mujeres, justo el instrumento que serviría de base para elaborar políticas públicas en esa materia. Tampoco ha puesto en marcha el Fondo Nacional para la Alerta de Género, aunque sí ha habido presupuesto tanto para ese fondo como para el inexistente banco de datos.
Por sí misma, la ley es ambiciosa. Define desde violencia física y económica hasta la sicológica y sexual. El problema es que, por innovadora que sea una ley, no tendrá incidencia real alguna si las autoridades encargadas de aplicarla carecen de voluntad.
En poco más de un mes, el 8 de marzo, se conmemorará el Día Internacional de la Mujer. En vez de grandes discursos y lujosas ceremonias, se esperaría que Federación y gobiernos estatales ofrecieran un mejor saldo de la hasta ahora fracasada Ley General de Acceso a una Vida Libre de Violencia.
(El Universal)
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