jueves, 25 de noviembre de 2010

I Domingo de Adviento: 28 de noviembre de 2010


Mateo 24, 37-44
Al final de los tiempos, la venida del Hijo del hombre vendrá, de un modo inesperado, como lo fue el diluvio en tiempos de Noé: “Así como sucedió en tiempos de Noé –escribe el evangelista- así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre”. Este capítulo 24 de Mateo es conocido como ‘el discurso escatológico’, es decir, referente a los últimos tiempos, y ‘apocalíptico’, por la forma catastrofista de la narración.
Las instancias teológicas del texto parecen ser dos: la primera, concierne a la certeza de la ‘venida-regreso’ del Señor; la segunda, se refiere a la ‘incertidumbre’ del ‘cuándo’ y, por tanto, a la urgencia de estar siempre preparados.

Esperando al Salvador y al Hijo del hombre en su retorno.

Empezando nuevamente el tiempo de Adviento, la palabra de Dios, desde ahora, hará todo lo posible para suscitar, en nosotros, sentimientos de espera y actitudes de preparación, por dos razones: por la venida próxima del Salvador, en el día de su nuevo nacimiento, y por el retorno infalible del Hijo del hombre, al final de la vida de cada uno.
En efecto, puesto que en la vida eterna se supone que no existan las categorías humanas del tiempo y del espacio, la muerte de cada uno coincidirá con la de todos y, por tanto, el retorno del Señor, como juez, será inmediato y simultaneo. En vista de ‘esos días’, el evangelio, entonces, nos advierte: “Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor”.
Inconsciente, por cierto, sería actuar como si nada y dedicarse, egoístamente, a sí mismos, desatendiendo la voluntad de Dios y descuidando el día del juicio del Señor. Exactamente como la gente en los tiempos de Noé: “La gente comía –nos relata Mateo- bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos”.
La referencia es a ‘todos’ los que no hicieron caso a Noé; a ‘todos’ los que, también hoy, viven inmersos en sus actividades mundanas sin creer en Dios, ni en el día de la rendición de cuentas.
Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá algo parecido a lo que el evangelista así expresa: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada”. Personas con unas actitudes parecidas o idénticas, como las que acaba de describir el evangelista, tendrán suertes diferentes según lo que, desde luego, habrá sido de sus vidas.
No será irrelevante, por tanto, para el juicio final, la ‘calidad moral’ de la vida que hayamos conducido en el tiempo. Sin embargo, más allá del pánico humano, que pudiera atemorizarnos en la espera de ese día, debemos alimentar en nosotros sentimientos de alegría y gozosa esperanza, porque Jesús volverá a estar con nosotros, sea por su Encarnación que por su retorno definitivo en nuestra futura existencia.
El Adviento, en efecto, debe ser tiempo de alegría, gozo y esperanza: la alegría de saber que Dios nos viene al encuentro. El encuentro con Dios, además, nos permitirá vivir la plenitud de la vida. La sucesiva llamada evangélica a ‘velar’, a estar atentos y preparados, no debe tener un sentido de temor y miedo a la desgracia, sino a la ‘previsión’ en vista del gran encuentro con Dios.

La necesidad de ‘vigilar’.

El desconocimiento del día del nacimiento del Salvador en la tierra y la indeterminación del día de su retorno, al final de la vida, nos obliga, sin embargo, a ser precavidos y vigilantes. Por lo menos, como ese padre de familia que, sabiendo, paradójicamente, “a qué hora va a venir el ladrón a su casa, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete”.
Sabios son, en efecto, los discípulos del Señor que, no sabiendo ni el día ni la hora de la llegada del Señor, permanecen ‘vigilando’. La vigilancia y la preparación son las actitudes que, por ser amigos del Señor, debemos asumir y cultivar constantemente. En efecto, no sabemos cuándo el sol se apagará para nosotros, ni cuándo las tinieblas nos envolverán. Por eso, tenemos que vigilar y cuidar el ‘aceite’ de nuestra lámpara de la fe, para que no se acabe, y para que pueda iluminar el momento de nuestro encuentro con Dios.
La pequeña parábola del ‘ladrón’, De hecho, tiene la finalidad de motivarnos a estar siempre en alerta, puesto que el Señor puede realmente venir de un momento al otro. Tomar en serio esta advertencia significa vivir siempre en la ‘fidelidad’ al Señor; no hacerle caso, significa vivir en la ‘infidelidad’.

Conclusión.

A este punto, podemos decir con razón que el ‘Adviento’ es un tiempo fuerte, en la vida del creyente, que debe ser vivido de manera espiritualmente intensa y diferente de cualquier otro tiempo litúrgico.
Es, en efecto, un tiempo de fe y esperanza que nos prepara a la doble venida del Señor: la ‘histórica’, en la Encarnación del Verbo por medio de María, y la ‘escatológica’, al final de nuestro tiempo.
Estas dos venidas, en el evangelio, son consideradas como una sola, pero desdobladas en dos etapas. Como el Adviento orienta la reflexión y la oración a una doble espera del Señor, las lecturas bíblicas nos proponen las actitudes que nos deben caracterizar para ello. Son las actitudes de la vigilancia, de la oración, de la preparación y del gozo espiritual.

Umberto Marsich


www.imdosoc.org.mx

jueves, 18 de noviembre de 2010

FIESTA DE CRISTO REY

21 de noviembre 2010, último domingo del año litúrgico.
¡Prepárate para la fiesta del Rey del universo!

Fiesta de Cristo Rey
ÚLTIMO DOMINGO DEL AÑO LITÚRGICO:
Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.
Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.
Un poco de historia
La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.
Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.
Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatológico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.
Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.
En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.
 Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;
“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”; “es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;
“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.
En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.
La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.
Para lograr que Jesús reine en nuestra vida es necesario
1º.      Conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración           personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.
2º.      Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla. Al conocer a Cristo empezaremos a amarlo de manera espontánea, porque Él es toda bondad. Y cuando uno está enamorado se le nota.
3º.      Imitar a Jesucristo. El amor nos llevará casi sin darnos cuenta a pensar como Cristo, querer como Cristo y a sentir como Cristo, viviendo una vida de verdadera caridad y autenticidad cristiana. Cuando imitamos a Cristo conociéndolo y amándolo, entonces podemos experimentar que el Reino de Cristo ha comenzado para nosotros.
4º.      Compromiso apostólico que consiste en llevar nuestro amor a la acción de extender el Reino de Cristo a todas las almas mediante obras concretas de apostolado. No nos podremos detener. Nuestro amor comenzará a desbordarse.

Dedicar nuestra vida a la extensión del Reino de Cristo en la tierra es lo mejor que podemos hacer, pues Cristo nos premiará con una alegría y una paz profundas e imperturbables en todas las circunstancias de la vida.
A lo largo de la historia hay innumerables testimonios de cristianos que han dado la vida por Cristo como el Rey de sus vidas. Un ejemplo son los mártires de la guerra cristera en México en los años 20’s, quienes por defender su fe, fueron perseguidos y todos ellos murieron gritando “¡Viva Cristo Rey!”.
La fiesta de Cristo Rey, al finalizar el año litúrgico es una oportunidad de imitar a estos mártires promulgando públicamente que Cristo es el Rey de nuestras vidas, el Rey de reyes, el Principio y el Fin de todo el Universo.
 Autor: Tere Fernández

QUE VIVA MI CRISTO
Que viva mi Cristo, que viva mi Rey
que impere doquiera triunfante su ley,
que impere doquiera triunfante su ley.
¡Viva Cristo Rey! ¡Viva Cristo Rey!

Mexicanos un Padre tenemos
que nos dio de la patria la unión
a ese Padre gozosos cantemos,
empuñando con fe su pendón.

Él formó con voz hacedora
cuanto existe debajo del sol;
de la inercia y la nada incolora
formó luz en candente arrebol.

Nuestra Patria, la Patria querida,
que arrulló nuestra cuna al nacer
a Él le debe cuanto es en la vida
sobretodo el que sepa creer.

Del Anáhuac inculto y sangriento,
en arranque sublime de amor,
formó un pueblo, al calor de su aliento
que lo aclama con fe y con valor.

Su realeza proclame doquiera
este pueblo que en el Tepeyac,
tiene enhiesta su blanca bandera,
a sus padres la rica heredad.

Es vano que cruel enemigo
Nuestro Cristo pretenda humillar.
De este Rey llevarán el castigo
Los que intenten su nombre ultrajar.

www.es.catholic.net

¡Gastamos!… ¿Pero cómo nos desarrollamos?


Comentario de la Oficina de Prensa
Finalmente se aprobó el Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio fiscal de 2011 y celebramos que nuestros legisladores se pusieran de acuerdo para sacar adelante dicho proyecto que, como suele suceder, no dejó contentos a todos.
Son muchas las voces que se han alzado para remarcar que este Presupuesto de Egresos no impulsará el desarrollo de México, ni generará cambios significativos en el País y lo que es más alarmante, no reactivará el mercado interno con el consiguiente estancamiento de la economía o un crecimiento tan pobre que los empleos que se generen no absorberán la demanda laboral.
Visto así, el panorama nos puede parecer demoledor. Lo primero que salta a la vista es que este presupuesto sigue una cierta inercia a lo que se hizo el año anterior, es decir, que muchas estructuras seguirán gastando demasiado, que si bien son importantes para el funcionamiento del Estado, dejan bastante que desear en los resultados. Hemos escuchado en múltiples ocasiones que nuestras Instituciones son muy caras y no en pocas ocasiones hay dispendio en el uso de los recursos.
Todo ello nos lleva a hacer una profunda reflexión. México para avanzar necesita hacer grandes reformas que beneficien a los mexicanos. Las emprendidas hasta la fecha para situar la economía del país en el conjunto de la economía global en poco tiempo se han vuelto insuficientes. Es el momento de pensar en un nuevo marco jurídico para nuestro País. Los parches ya no sirven y dejan muchos huecos que hoy están siendo ocupados por la delincuencia organizada y otros poderes fácticos que impiden la inversión y el buen desarrollo de nuestro país.
México es uno de los países con mayor desigualdad en la distribución de la riqueza en el mundo. Esta situación se ha profundizado por el progresivo deterioro de la capacidad adquisitiva de los trabajadores; por el incremento del desempleo; la falta de condiciones favorables para la micro, pequeña y mediana empresa; la caída en la calidad de vida, la corrupción endémica, la paulatina disolución de las clases medias y la concentración de riqueza en pocas manos.
No es momento de lamentos o llantos. Tenemos la capacidad y la creatividad para salir adelante, siempre y cuando trabajemos en un modelo de desarrollo integral donde se tome a la persona como sujeto responsable de su propio proyecto; donde dejemos a un lado nuestras diferencias de color, étnicas o religiosas y juntos impulsemos iniciativas para que habitemos una patria común en la cual nadie tenga que emigrar en busca del alimento para vivir; donde se respeten los derechos de las personas y todos tengan  las mismas oportunidades; donde se viva una auténtica democracia y se hagan patentes los valores del Evangelio.



 


miércoles, 17 de noviembre de 2010

BIOETICA

Un ser humano no es un objeto industrial


En su reflexión semanal en el programa «Claves para un Mundo Mejor», Mons. Héctor Aguer, Arzobispo de La Plata - Argentina, reflexionó sobre las técnicas de fecundación artificial a raíz de la entrega del Premio Nobel de Medicina al médico que logró el primer nacimiento de un ser humano mediante la técnica de la fecundación in Vitro (…).
--------------------------------------------------------------------------------

A continuación el texto completo de la alocución televisiva:


«Mis amigos televidentes hoy quiero comentarles algo acerca del Premio Nobel de Medicina, que se adjudicó este año al Dr. Robert Edwards. Llamó la atención que se lo premiara, después de más de 30 años, por haber logrado el primer nacimiento de un ser humano mediante la técnica de la fecundación in vitro».
«Este reconocimiento tardío pone de nuevo sobre el tapete el juicio que hay que hacer acerca de esta técnica que se ha difundido notablemente en todo el mundo (…)».
«En primer lugar habría que recordar que el laboratorio no es el ámbito adecuado para el nacimiento de un ser humano. No es adecuado a la dignidad de la persona humana que, como enseña el Concilio Vaticano II, es el único ser en el cosmos visible que ha sido querido por sí mismo como imagen y semejanza de Dios».
«Entonces, en la técnica que ha sido objeto de tan alto reconocimiento se da una ambigüedad fundamental: pareciera que por medio de manipulación de gametos, como si tratara de un objeto industrial, se puede fabricar un ser humano. No es eso lo que corresponde a la dignidad del nacimiento de la persona».
«Hay que decir que aun nacido en esas circunstancias, el embrión humano es un ser personal. Esto es una verdad científica y a la vez una verdad jurídica porque en la actualidad se acepta, con toda razón, el estatuto jurídico del embrión humano. Quiero decir con esto que desde el inicio, desde el instante de la concepción, cuando se unen los dos gametos, allí aparece un ser nuevo caracterizado por un ADN que lo identifica hasta la muerte y a lo largo de todo su desarrollo vital, cualquiera sea éste».
«Por medio de la fecundación in vitro el científico, el técnico podríamos decir, se hace dueño de la vida y de la muerte. Es bien sabido que para lograr un nacimiento se desperdician una cantidad notable de embriones y, por otra parte, es muy común la selección. Se eligen aquellos que están en mejores condiciones, aquellos de los cuales se puede prever que no van a tener ninguna deficiencia; los demás son descartados como objetos biológicos inservibles. Ahora bien: se trata de seres humanos, se trata de personas humanas».
«También es muy común la práctica de la congelación de los embriones que se decide no implantar pero ¿es aceptable que se congele a un ser humano? ¿Está esto de acuerdo con su dignidad?»
«Todo el mundo sabe que hay miles y miles de embriones congelados en todo el mundo, de seres humanos cuya suerte no se sabe cual será y que sufrirán deterioros o morirán a causa de esas condiciones a las cuales se los somete. De paso, hay que señalar el enorme negocio a que da lugar la aplicación del método de fecundación artificial».
«Este Premio Nobel, entonces, nos obliga a pensar otra vez la importancia de reconocer verdades fundamentales que tienen que ver con la dignidad de la vida humana y con su carácter sagrado, desde el inicio hasta su fin natural. No se puede, a cualquier precio, lograr un nacimiento para satisfacer el respetable deseo de una pareja de tener un hijo. Este deseo tiene que ajustarse a pautas éticas objetivas».
«La técnica de la fecundación in vitro consiste en jugar con la vida y con la muerte de miles y miles de personas humanas. Podríamos hablar en este caso de un nuevo holocausto, que se añade al ya conocido del aborto».





viernes, 12 de noviembre de 2010

Universidades católicas analizan situación de México   

Escrito por Sergio Estrada    
Domingo 07 de Noviembre 2010 
 Ocho universidades católicas analizan la situación social de México para proponer cambios para el bien común

Bajo la idea de que el cristianismo ha tenido un papel preponderante en las gestas de la Independencia y la Revolución mexicana, así como en la conformación del Estado moderno mexicano, tuvo lugar la sexta bienal teológica «Cristo y los cristianos en el México moderno», organizada por la Unión de Instituciones Teológicas Católicas en México (UITCAM) y auspiciada por la Universidad la Salle de la ciudad de México.

Durante tres de días de ponencias, investigadores de la UNAM, UIA, Colegio de la Frontera Norte, UAM, Colegio de Jalisco, UPM, ISEE, Comisión Teológica Internacional y UIA de Puebla, expusieron temas como: Memoria de la Iglesia en el México naciente del siglo XIX; Los cristianos en la historia mexicana moderna del siglo XX; y Cambios culturales, políticos y sociales en el México moderno.

La voz de la Iglesia

En voz del presidente de la UITCAM, D. Carlos Mendoza, académico de la UIA, la bienal tuvo un carácter de tipo universitario «para demostrar que la religión no es un sentido de emociones, sino de presencia en los debates nacionales como en la Independencia, la Reforma y la separación Iglesia-Estado».
Sobre el tema de la crítica de la Iglesia acerca de leyes como la despenalización del aborto y las bodas gay, el P. Carlos Mendoza aclaro que la Teología es un debate que debe proponer argumentos de discusión para que todas las voces se oigan:  laicos, autoridades, ministros de culto; y la UITCAM, a través de las universidades que la integran, quieren ser un puente de conocimientos más que condenar un postura.
En el encuentro también se entregó la medalla «Fray Pedro de la Peña, primer profesor de teología en este país en 1555, de la Real Pontificia de México» a la trayectoria de investigación en teología a Francisco Merlos, de la Universidad Pontificia de México, y a la doctora Bárbara Andrade, académica de la Universidad Iberoamericana.

Desafíos del México moderno

En el discurso de apertura de la Bienal, monseñor Felipe Arizmendi, obispo de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, expresó que la fe no se debe quedar encerrada en los claustros católicos, sino que debe ser levadura que genere una cultura acorde con el Evangelio, ante la dictadura del relativismo que se impone como algo incuestionable.
Destacó que es aquí y ahora donde y cuando las instituciones educativas están llamadas a iluminar con el misterio de Cristo, sin imponer ni violentar: «Sin la fe en Cristo, viva, razonada y profunda, muchos seguirán hundiéndose en el fango del placer pasajero y superficial; otros seguirán encadenados a la droga y al alcohol; otros,  a la violencia, las armas y lucha de poder; y nosotros los cristianos  tenemos algo valioso y seguro que aportar a través de Jesucristo».
Mencionó que vivimos en tiempos en que la pobreza de millones de mexicanos impide el desarrollo social que soñamos, así como la exclusión de campesinos e indígenas, de subempleados y desempleados que los hacen sobrantes y estorbos del sistema globalizado que impera y domina.
Externó que la marginación de la mujer, principalmente en ambientes rurales, nos avergüenza, mientras que la destrucción del medio ambiente nos aterra, los ataques a la vida desde el seno materno y la tergiversación de los derechos sobre la constitución de la familia nos dividen y confrontan.
En el tema del laicismo, monseñor Arizmendi aseguró que en la batalla por afianzar en las leyes un laicismo excluyente, en vez de una laicidad positiva e incluyente, nos hace enemigos: «Como si la Iglesia pretendiera un poder que no corresponde a su misión; sin embargo, los cristianos tenemos mucho que aportar a través de Jesucristo en el pasado y en el presente, dando pie a reconocer errores de la Iglesia,  con miras a protagonizar un futuro mejor».
S. E.
www.elobservadorenlinea.com

EVANTELIO DEL DOMINGO

Para tiempos difíciles.

Domingo 33 ordinario: 14 de noviembre de 2010

Lucas 21, 5-19
Los profundos cambios socioculturales que se están produciendo en nuestros días y la crisis religiosa que sacude las raíces del cristianismo en occidente, nos han de urgir más que nunca a buscar en Jesús la luz y la fuerza que necesitamos para leer y vivir estos tiempos de manera lúcida y responsable.
Llamada al realismo. En ningún momento augura Jesús a sus seguidores un camino fácil de éxito y gloria. Al contrario, les da a entender que su larga historia estará llena de dificultades y luchas. Es contrario al espíritu de Jesús cultivar el triunfalismo o alimentar la nostalgia de grandezas. Este camino que a nosotros nos parece extrañamente duro es el más acorde a una Iglesia fiel a su Señor.
No a la ingenuidad. En momentos de crisis, desconcierto y confusión no es extraño que se escuchen mensajes y revelaciones proponiendo caminos nuevos de salvación. Éstas son las consignas de Jesús. En primer lugar, «que nadie os engañe»: no caer en la ingenuidad de dar crédito a mensajes ajenos al evangelio, ni fuera ni dentro de la Iglesia. Por tanto, «no vayáis tras ellos»: No seguir a quienes nos separan de Jesucristo, único fundamento y origen de nuestra fe.
Centrarnos en lo esencial. Cada generación cristiana tiene sus propios problemas, dificultades y búsquedas. No hemos de perder la calma, sino asumir nuestra propia responsabilidad. No se nos pide nada que esté por encima de nuestras fuerzas. Contamos con la ayuda del mismo Jesús: «Yo os daré palabras y sabiduría»… Incluso en un ambiente hostil de rechazo o desafecto, podemos practicar el evangelio y vivir con sensatez cristiana.
La hora del testimonio. Los tiempos difíciles no han de ser tiempos para los lamentos, la nostalgia o el desaliento. No es la hora de la resignación, la pasividad o la dimisión. La idea de Jesús es otra: en tiempos difíciles «tendréis ocasión de dar testimonio». Es ahora precisamente cuando hemos de reavivar entre nosotros la llamada a ser testigos humildes pero convincentes de Jesús, de su mensaje y de su proyecto.
Paciencia. Ésta es la exhortación de Jesús para momentos duros: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas». El término original puede ser traducido indistintamente como “paciencia” o “perseverancia”. Entre los cristianos hablamos poco de la paciencia, pero la necesitamos más que nunca. Es el momento de cultivar un estilo de vida cristiana, paciente y tenaz, que nos ayude a responder a nuevas situaciones y retos sin perder la paz ni la lucidez.
José Antonio Pagola
www.imdosoc.org.mx

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pecado social ¿es posible superarlo?

El pecado social es una realidad presente en toda sociedad y tenemos que abrir los ojos, llamarlo por su nombre, denunciarlo y hacer hasta lo imposible por erradicarlo. Comenzando por uno mismo. Algunos ejemplos de este mal son: legalización del aborto, el lavado de dinero, las redes de casas prendarías, los salarios de miseria y la explotación del trabajador, sindicatos que llevan al fracaso a la empresa, corrupción en las autoridades, apatía política, políticas bancarias abusivas…
Todo esto y más son estructuras de pecado, algunas se han legalizado y otras incluso se toman como realidades que la gente ya no las ve mal. El pecado social tiene un alcance gravísimo pues golpea a personas, comunidades y grupos, además de comprometer el futuro; nace del poder que tienen los individuos y se institucionaliza: el pecado se maquilla de bien para que no se vea y queda justificado en el dicho: “todo el mundo lo hace”.
En la Biblia, en concreto en el Antiguo Testamento, los profetas denunciaban el pecado social, por ejemplo el profeta Amós dice: “porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen” (Am 2, 6-7).
San Juan Crisóstomo, uno de los padres de la Iglesia del año 334, denunciaba entre otras cosas cómo los terratenientes eran crueles con sus labradores. Decía que mientras el rico llena sus toneles de iniquidad al pobre se le tira sólo unas monedas. Denunciaba también que afuera de las iglesias los pobres formaban murallas y los ricos pasan de largo sin conmoverse: “El pecado está en usar mal de la riqueza y no repartirla entre los pobres. Dios no ha hecho nada malo. Todo es bueno, muy bueno. También las riquezas, a condición de que no dominen a quienes las poseen y remedien la pobreza”.
El mundo, hoy globalizado, está permeado también de estructuras de pecado, pero no todo es mal o inequidad, también hay innumerables experiencias de obras sociales y estructuras políticas buenas o virtuosas que se dedican a levantar la dignidad de los pobres y a promoverlos, que realiza el desarrollo y van construyendo el bien común.
La denuncia del pecado social está presente en las encíclicas sociales. Juan Pablo II en Reconciliatio et Paenitentia nos dice: “Es social todo pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los derechos y deberes de los ciudadanos. Puede ser social el pecado de obra u omisión por parte de dirigentes políticos, económicos y sindicales, que aun pudiéndolo, no se empeñan con sabiduría en el mejoramiento o en la transformación de la sociedad según las exigencias y las posibilidades del momento histórico; así como por parte de trabajadores que no cumplen con sus deberes de presencia y colaboración, para que las fábricas puedan seguir dando bienestar a ellos mismos, a sus familias y a toda la sociedad” (n. 16).
Si bien todo pecado en sentido estricto es personal, la toma de conciencia de que la suma de muchos pecados individuales forma un pecado que podemos llamarlo social, nos ayuda a comprender porqué el mal se hace presente con fuerza en la sociedad, pues echa raíces, se institucionaliza y se queda como una realidad que está ahí sin más. Pero sabemos que Cristo ha vencido el mal, el pecado, todo pecado y, por tanto, no estamos condenados al pecado tampoco a su dimensión social. ¡Sí podemos superarlo!



sábado, 6 de noviembre de 2010

EVANGELIO DEL DOMINGO

XXXII Domingo Ordinario: El Dios de la Vida


En aquel tiempo, se acercaron a Jesús algunos saduceos. Como los saduceos niegan la resurrección de los muertos, le preguntaron: “Maestro, Moisés nos dejó escrito que si alguno tiene un hermano casado que muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia a su hermano. Hubo una vez siete hermanos, el mayor de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo, el tercero y los demás, hasta el séptimo, tomaron por esposa a la viuda y todos murieron sin dejar sucesión. Por fin murió también la viuda. Ahora bien, cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer, pues los siete estuvieron casados con ella?”
Jesús les dijo: “En esta vida, hombres y mujeres se casan, pero en la vida futura, los que sean juzgados dignos de ella y de la resurrección de los muertos, no se casarán ni podrán ya morir, porque serán como los ángeles e hijos de Dios, pues él los habrá resucitado. Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob. Porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven”.  (Lc 20, 27-38).
El sinsentido de la vida
La vida en los centros de rehabilitación para alcohólicos y drogadictos no es fácil. La mayoría de ellos no están por su propia voluntad sino obligados por sus familiares  que ante la impotencia para lidiar con ellos, prefieren pagar alguna cuota o tenerlos en encierro. En aquel centro hay como 35 hombres apiñados en un breve espacio, con una disciplina casi militar y con constantes terapias que intentan llevarlos a una recuperación y a un fortalecimiento de su voluntad. Pocos logran salir de las garras del vicio. Me llama la atención que la mayoría de ellos son jóvenes de entre 17 y 20 años, y de familias muy pobres. Entre ellos se encuentra “el Negro”, Cipriano, aunque casi nadie lo conoce por su nombre, que en pocas palabras resume su desgracia: “Pobre, sin trabajo, sin amor en la familia, despreciado por la sociedad, ¿para qué quiero vivir? Si he de morir de algo prefiero hacerlo cuando esté borracho, así no me daré cuenta y tendré menos dolor. La vida hay que vivirla como viene y disfrutar ese momento. La muerte no me importa, nomás que llegue pronto. ¿Otra vida? No sé si habrá algo más allá de mi tumba”.
Pensamientos saduceos
El pensamiento de los Saduceos, manifestado en pocas palabras por San Lucas, está más cercano a nuestros ambientes de lo que nosotros mismos pensamos. Según cuentan, los Saduceos pertenecían a una secta judía con una especial caracterización política, extremadamente conservadora pero muy oportunista, seguida sobre todo por las familias ricas y los sacerdotes de alto rango. Aceptaban solamente la ley de Moisés pero parecían negar las consecuencias que traía para su vida. En cuanto a la legislación penal eran muy severos pero pasaban por alto las normas de pureza que tanta importancia tenían para los fariseos. Se unían gustosos al ambiente helenista para acomodarse mejor en sus planes políticos. Negaban la resurrección y toda forma de supervivencia personal y afirmaban que cada quien podía elegir el bien o el mal a voluntad, sin importar casi para nada la presencia de Dios. Cada uno se forja su propio destino. Así: vivir plenamente el tiempo actual sin importar moralismos; disfrutar la vida sin importar la eternidad y acomodarse políticamente al viento que es favorable, parecen ser sus consignas. ¿De aquel tiempo? ¿No vemos el retrato de nuestro tiempo en los modernos saduceos? ¿No importa más la riqueza y el placer que todos los principios y valores? ¿No es cierto que se venden los principios con tal de alcanzar poder y prestigio?
Dios de vivos
La pregunta de los Saduceos está llena de ironía y de burla, pero Jesús no pretende caer en discusiones inútiles, sino ir mucho más allá de lo que la trampa pretende. No habla Jesús de cómo será la vida eterna ni pretende describir cómo será la vida del más allá. A Jesús le interesa mucho más hablar de la vida plena y manifestar el verdadero rostro de Dios, que es Dios de vida. En estos tiempos de profunda crisis religiosa y de graves problemas existenciales, no basta creer en cualquier imagen de Dios; necesitamos descubrir cuál es el verdadero. No basta afirmar que creemos en un Dios y quedarnos con ideas lejanas e inoperantes. Es decisivo saber que Dios se encarna y se revela en Jesús. Sus palabras y sus hechos nos manifiestan un Dios comprometido con la vida y no a un dios elaborado desde nuestros miedos, ambiciones y fantasmas. Dios no es alguien extraño y lejano que desde las alturas controla el mundo y presiona sobre nuestras pobres personas. Dios es el amigo cercano que se ha hecho parte de la historia humana hasta convertirse en el familiar “Dios de Abraham, Dios de Isaac y de Jacob” y que podríamos añadir los nombres de nuestras familias para sentirlo más nuestro y más encarnado. Es el Amigo que desde dentro comparte nuestra existencia y se convierte en la luz que nos alumbra y en la fuerza que nos sostiene para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte.
El Dios de la Vida
Es cierto que los mexicanos acostumbramos a reírnos de todo e incluso de la muerte, pero también es cierto que  cada vez que nos topamos con ella, sea por haber perdido a un ser querido o por estar en peligro inminente, nos cimbramos y quedamos en suspenso ante este misterio. Cuando Jesús nos habla de eternidad y de un Dios de vida, no pretende imponer una religión que nos ate y atemorice. Lo que más le interesa a Jesús es hacernos experimentar a este Dios vivo que nos invita a participar en su acción creadora y dinamizadora, que nos lleve a forjar un mundo más humano y más amable. Lo que Jesús busca es una vida más digna, sana y dichosa para todos, empezando por los últimos. La Buena Nueva que nos revela Jesucristo es Dios que se da a Sí mismo como Amor, como vida y salud. Y quienes nos experimentamos amados por Dios no podemos temer a la muerte y siempre deberemos cuidar, defender y preservar la vida en plenitud. Los creyentes tenemos que recordar, y en estos momentos más que nunca, que la resurrección es mucho más que cultivar un optimismo barato en la esperanza de un final feliz. No tenemos derecho a adormecernos y a alentar el conformismo con un final fantasioso de la resurrección que vendría a resolver todos los problemas pero ¡en el más allá! El Dios cristiano no es un Dios de muertos sino de vivos.
Resurrección y esperanza
La resurrección no es un refugio en el más allá que nos excusa del compromiso de trabajar con entusiasmo y esperanza en este mundo nuestro. Cuando nos preguntamos qué hay más allá de la muerte, estamos respondiendo al problema fundamental de la existencia. De acuerdo a lo que nosotros creamos, haremos nuestra vida. La respuesta de Jesús no pretende saciar nuestra curiosidad del más allá, sino va más a fondo: la resurrección no es una mera continuidad de esta vida, sino la plenitud de una vida transfigurada y vivida plenamente como hijos de Dios, no para olvidarnos de esta vida, “porque Dios no es Dios de muertos, sino de vivos, pues para Él todos viven”. Lejos de proponer una actitud conformista frente a la dura realidad que vivimos, propone una nueva actitud creadora y generadora de vida porque para Jesús no tiene sentido una religión de muertos, sino que el Dios de la vida se hace presente y muy vivo en cada momento del caminar del creyente. La resurrección se hace presente donde se lucha y hasta se muere por defender la vida en cualquiera de sus más débiles manifestaciones. Precisamente cuando está más indefensa más requiere de la protección y el cuidado de todos nosotros. Precisamente porque creemos en la sacralidad de la vida, entregaremos todas nuestras fuerzas para protegerla, cuidarla y fomentarla. Sólo así seremos hijos del Dios de la Vida.
Padre misericordioso, ayúdanos a dar sentido a  nuestras preocupaciones, a llenarlas de esperanza y ponernos  en tus manos paternales, a fin de que podamos entregarnos con mayor libertad a construir tu Reino de Vida. Amén.

+ Enrique Díaz Díaz
Obispo Auxiliar de San Cristóbal de las Casas