I Domingo de Adviento: 28 de noviembre de 2010
Mateo 24, 37-44
Al final de los tiempos, la venida del Hijo del hombre vendrá, de un modo inesperado, como lo fue el diluvio en tiempos de Noé: “Así como sucedió en tiempos de Noé –escribe el evangelista- así también sucederá cuando venga el Hijo del hombre”. Este capítulo 24 de Mateo es conocido como ‘el discurso escatológico’, es decir, referente a los últimos tiempos, y ‘apocalíptico’, por la forma catastrofista de la narración.
Las instancias teológicas del texto parecen ser dos: la primera, concierne a la certeza de la ‘venida-regreso’ del Señor; la segunda, se refiere a la ‘incertidumbre’ del ‘cuándo’ y, por tanto, a la urgencia de estar siempre preparados.
Esperando al Salvador y al Hijo del hombre en su retorno.
Empezando nuevamente el tiempo de Adviento, la palabra de Dios, desde ahora, hará todo lo posible para suscitar, en nosotros, sentimientos de espera y actitudes de preparación, por dos razones: por la venida próxima del Salvador, en el día de su nuevo nacimiento, y por el retorno infalible del Hijo del hombre, al final de la vida de cada uno.
En efecto, puesto que en la vida eterna se supone que no existan las categorías humanas del tiempo y del espacio, la muerte de cada uno coincidirá con la de todos y, por tanto, el retorno del Señor, como juez, será inmediato y simultaneo. En vista de ‘esos días’, el evangelio, entonces, nos advierte: “Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor”.
Inconsciente, por cierto, sería actuar como si nada y dedicarse, egoístamente, a sí mismos, desatendiendo la voluntad de Dios y descuidando el día del juicio del Señor. Exactamente como la gente en los tiempos de Noé: “La gente comía –nos relata Mateo- bebía y se casaba, hasta el día en que Noé entró en el arca. Y cuando menos lo esperaban, sobrevino el diluvio y se llevó a todos”.
La referencia es a ‘todos’ los que no hicieron caso a Noé; a ‘todos’ los que, también hoy, viven inmersos en sus actividades mundanas sin creer en Dios, ni en el día de la rendición de cuentas.
Cuando venga el Hijo del hombre, sucederá algo parecido a lo que el evangelista así expresa: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro será dejado; de dos mujeres que estén juntas moliendo trigo, una será tomada y la otra dejada”. Personas con unas actitudes parecidas o idénticas, como las que acaba de describir el evangelista, tendrán suertes diferentes según lo que, desde luego, habrá sido de sus vidas.
No será irrelevante, por tanto, para el juicio final, la ‘calidad moral’ de la vida que hayamos conducido en el tiempo. Sin embargo, más allá del pánico humano, que pudiera atemorizarnos en la espera de ese día, debemos alimentar en nosotros sentimientos de alegría y gozosa esperanza, porque Jesús volverá a estar con nosotros, sea por su Encarnación que por su retorno definitivo en nuestra futura existencia.
El Adviento, en efecto, debe ser tiempo de alegría, gozo y esperanza: la alegría de saber que Dios nos viene al encuentro. El encuentro con Dios, además, nos permitirá vivir la plenitud de la vida. La sucesiva llamada evangélica a ‘velar’, a estar atentos y preparados, no debe tener un sentido de temor y miedo a la desgracia, sino a la ‘previsión’ en vista del gran encuentro con Dios.
La necesidad de ‘vigilar’.
El desconocimiento del día del nacimiento del Salvador en la tierra y la indeterminación del día de su retorno, al final de la vida, nos obliga, sin embargo, a ser precavidos y vigilantes. Por lo menos, como ese padre de familia que, sabiendo, paradójicamente, “a qué hora va a venir el ladrón a su casa, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete”.
Sabios son, en efecto, los discípulos del Señor que, no sabiendo ni el día ni la hora de la llegada del Señor, permanecen ‘vigilando’. La vigilancia y la preparación son las actitudes que, por ser amigos del Señor, debemos asumir y cultivar constantemente. En efecto, no sabemos cuándo el sol se apagará para nosotros, ni cuándo las tinieblas nos envolverán. Por eso, tenemos que vigilar y cuidar el ‘aceite’ de nuestra lámpara de la fe, para que no se acabe, y para que pueda iluminar el momento de nuestro encuentro con Dios.
La pequeña parábola del ‘ladrón’, De hecho, tiene la finalidad de motivarnos a estar siempre en alerta, puesto que el Señor puede realmente venir de un momento al otro. Tomar en serio esta advertencia significa vivir siempre en la ‘fidelidad’ al Señor; no hacerle caso, significa vivir en la ‘infidelidad’.
Conclusión.
A este punto, podemos decir con razón que el ‘Adviento’ es un tiempo fuerte, en la vida del creyente, que debe ser vivido de manera espiritualmente intensa y diferente de cualquier otro tiempo litúrgico.
Es, en efecto, un tiempo de fe y esperanza que nos prepara a la doble venida del Señor: la ‘histórica’, en la Encarnación del Verbo por medio de María, y la ‘escatológica’, al final de nuestro tiempo.
Estas dos venidas, en el evangelio, son consideradas como una sola, pero desdobladas en dos etapas. Como el Adviento orienta la reflexión y la oración a una doble espera del Señor, las lecturas bíblicas nos proponen las actitudes que nos deben caracterizar para ello. Son las actitudes de la vigilancia, de la oración, de la preparación y del gozo espiritual.
Umberto Marsich
www.imdosoc.org.mx