miércoles, 10 de noviembre de 2010

Pecado social ¿es posible superarlo?

El pecado social es una realidad presente en toda sociedad y tenemos que abrir los ojos, llamarlo por su nombre, denunciarlo y hacer hasta lo imposible por erradicarlo. Comenzando por uno mismo. Algunos ejemplos de este mal son: legalización del aborto, el lavado de dinero, las redes de casas prendarías, los salarios de miseria y la explotación del trabajador, sindicatos que llevan al fracaso a la empresa, corrupción en las autoridades, apatía política, políticas bancarias abusivas…
Todo esto y más son estructuras de pecado, algunas se han legalizado y otras incluso se toman como realidades que la gente ya no las ve mal. El pecado social tiene un alcance gravísimo pues golpea a personas, comunidades y grupos, además de comprometer el futuro; nace del poder que tienen los individuos y se institucionaliza: el pecado se maquilla de bien para que no se vea y queda justificado en el dicho: “todo el mundo lo hace”.
En la Biblia, en concreto en el Antiguo Testamento, los profetas denunciaban el pecado social, por ejemplo el profeta Amós dice: “porque venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias; pisan contra el polvo de la tierra la cabeza de los débiles, y el camino de los humildes tuercen” (Am 2, 6-7).
San Juan Crisóstomo, uno de los padres de la Iglesia del año 334, denunciaba entre otras cosas cómo los terratenientes eran crueles con sus labradores. Decía que mientras el rico llena sus toneles de iniquidad al pobre se le tira sólo unas monedas. Denunciaba también que afuera de las iglesias los pobres formaban murallas y los ricos pasan de largo sin conmoverse: “El pecado está en usar mal de la riqueza y no repartirla entre los pobres. Dios no ha hecho nada malo. Todo es bueno, muy bueno. También las riquezas, a condición de que no dominen a quienes las poseen y remedien la pobreza”.
El mundo, hoy globalizado, está permeado también de estructuras de pecado, pero no todo es mal o inequidad, también hay innumerables experiencias de obras sociales y estructuras políticas buenas o virtuosas que se dedican a levantar la dignidad de los pobres y a promoverlos, que realiza el desarrollo y van construyendo el bien común.
La denuncia del pecado social está presente en las encíclicas sociales. Juan Pablo II en Reconciliatio et Paenitentia nos dice: “Es social todo pecado contra el bien común y sus exigencias, dentro del amplio panorama de los derechos y deberes de los ciudadanos. Puede ser social el pecado de obra u omisión por parte de dirigentes políticos, económicos y sindicales, que aun pudiéndolo, no se empeñan con sabiduría en el mejoramiento o en la transformación de la sociedad según las exigencias y las posibilidades del momento histórico; así como por parte de trabajadores que no cumplen con sus deberes de presencia y colaboración, para que las fábricas puedan seguir dando bienestar a ellos mismos, a sus familias y a toda la sociedad” (n. 16).
Si bien todo pecado en sentido estricto es personal, la toma de conciencia de que la suma de muchos pecados individuales forma un pecado que podemos llamarlo social, nos ayuda a comprender porqué el mal se hace presente con fuerza en la sociedad, pues echa raíces, se institucionaliza y se queda como una realidad que está ahí sin más. Pero sabemos que Cristo ha vencido el mal, el pecado, todo pecado y, por tanto, no estamos condenados al pecado tampoco a su dimensión social. ¡Sí podemos superarlo!



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