Juan Pablo II será beatificado. Es una noticia alegre y buena que nos alegra porque anuncia un acontecimiento que, de suyo, es bueno, además de ser una gran noticia, para la Iglesia, saber que por más de 25 años la barca de Pedro fue conducida por un hombre que, siendo justo y sabio, también supo ser bueno, muy bueno, cosa que confirma el Cielo a través de un milagro.
El proceso de beatificación de Juan Pablo II concluyó con la aprobación de Benedicto XVI para la promulgación del Decreto sobre el milagro atribuido a su intercesión. El proceso pudo iniciarse toda vez que el Papa dispensó, el 9 de mayo de 2005, el tiempo canónico de cinco años de espera después de su muerte.
Luego de que la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos dio a conocer el pasado 14 de enero que el Papa había autorizado la publicación del Decreto sobre el milagro, se informó que Benedicto XVI presidirá el 1 de mayo, segundo Domingo de Pascua de la Divina Misericordia, en la plaza de San Pedro del Vaticano, el rito de beatificación de Juan Pablo II. La noticia, pues, incluye la fecha, a la que podemos agregarle también la hora: diez de la mañana.
Esta noticia, hemos visto, es alegre y buena para los creyentes, los bautizados, para quienes en Cristo creemos; es más alegre para quienes en varios momentos supimos recibir las oraciones y bendiciones del Papa Juan Pablo II cuantas veces estuvo en México, y es particularmente dichosa para quienes le conocimos. Pero también hemos visto que en respuesta a tan buena noticia se hicieron escuchar algunas voces que alegan, sin haber jamás conocido al Papa, en ignorancia de lo que es la Teología del Milagro, sin saber diferenciar santificación de beatificación y canonización, pero sobre todo, voces que sin creer en Dios y sin vivir la Fe de la Iglesia, alegan que no es santo y que los milagros no existen.
Esas voces provienen de quienes siendo ateos no creen, o de quienes habiendo renegado de la Fe cayeron en apostasía, manteniendo en consecuencia, una impostura religiosa o un desprecio a lo sagrado, que traducen en la denostación de todo lo divino que se manifiesta en el mundo. Pero más que tratarse de apreciaciones filosóficas o culturales, el desprecio, más que el desdén a lo sagrado, ha sido clasificado por la ciencia médica como una perturbación o padecimiento que forma parte de los miedos u odios; recibe el nombre de Hierofobia y consiste en “un anormal, persistente e injustificado odio a los sacerdotes y a las cosas litúrgicas”.
La psicología explica que el malestar que las fobias provocan en quienes las padecen, es tan intenso, que llega a afectar sus vidas cotidianas, la relación con su entorno y con sus seres queridos. La Hierofobia, así, trastorna la relación con Dios, porque como Dios es trascendente y eterno, además de ser el Creador del mundo, aunque de un mundo que es efímero y sujeto a contingencias y tragedias, algunos caen en la falacia de sentirse amenazados o abandonados a su suerte, lo que les hace desarrollar este trastorno que exacerba sus temores negando o despreciando a Dios.
Cuando un hierofóbico, que ignorante de su padecimiento y por tanto sin atención psicológica, desempeña un trabajo en medios de comunicación y logra conseguir espacios en prensa, radio o televisión, porque tiene habilidad para escribir o para leer noticias, se topa con la ocasión de informar sobre un acontecimiento ligado con asuntos religiosos, no sabe contener su fobia y arroja su odio en ese mismo espacio mediático en el que normalmente se desenvuelve.
La historia demuestra que así como la humanidad se ha denigrado por las malas acciones de hombres malvados (el caso de Hitler siempre es ilustrativo), la humanidad se ha enaltecido por los actos buenos de hombres buenos. Por esto se creó el Premio Nobel que con tanto orgullo se confiere sólo a quienes han aportado algo grande y bueno a la humanidad. Por esto mismo es que muchos estamos alegres por la beatificación de Juan Pablo II. Otros, pocos, son víctimas de su hierofobia.
El hecho contundente es que a la luz de la Fe podemos saber que Juan Pablo II resucitó, goza de la presencia de Dios y será contado entre los santos. Pero muy alegre y bueno es saber que tenemos un amigo en el Cielo que ruega por nosotros los mexicanos, a quienes tanto quiso, y a quien podemos pedirle que nos obtenga de Dios un milagro que bien podría ser el retorno de la paz en México.
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