EDITORIAL
Domingo, 02 de enero de 2011
El año que ha terminado se caracterizó en todo el mundo por un crecimiento de la hostilidad hacia las expresiones religiosas. En algunos lugares, se registró una verdadera persecución a los católicos, causando la muerte de inocentes por el solo hecho de querer vivir su fe. Irak ha sido escenario de una de las agresiones más escandalosas y vergonzosas, pero las agresiones son interminables en todas partes. En ciertos países, la persecución es más sutil, tratando de anular ideológicamente a quienes buscan orientar la vida con base en los valores religiosos. En este sentido –¿quién lo diría?– destaca todo el continente europeo, donde se ha desatado una campaña fanática y furiosa contra los signos religiosos y contra cualquier participación de las personas, con convicciones de fe, en las políticas públicas, con el pretexto de la defensa del Estado laico, cuando en realidad se trata de la dictadura del laicismo sobre una gran parte de la población que vive con principios religiosos y con una concepción trascendente del ser humano.
Siguiendo estas modas europeas -carentes de todo respeto a las auténticas libertades y derechos humanos- podemos citar lo que ha estado sucediendo en la Ciudad de México, con algunas autoridades y miembros de la Asamblea Legislativa, quienes no sólo se enorgullecen de lo que deberían avergonzarse, aprobando leyes inmorales e injustas, sin ningún sentido moral y ético -por la falta de respeto a la vida humana y a la institución familiar fundamental para la sana convivencia social-, sino que han desatado una verdadera persecución ideológica contra quienes, con base en sus principios religiosos y valores, se oponen a estas leyes.
Esto no ocurre en ninguna otra parte del país, sólo en el Distrito Federal donde las autoridades han hecho del laicismo una “religión” única e intolerante, realizando ritos "laicos" contra las verdaderas religiones. Se ha llegado, incluso, al colmo de pretender callar y amenazar mediante “demandas” ante los tribunales y la Suprema Corte de Justicia de la Nación, a quienes expresan sus desacuerdos, por el solo hecho de ser sacerdotes católicos y tener convicciones inspiradas en los principios cristianos.
El Papa Benedicto XVI, siempre atento a los grandes problemas del mundo, siempre oportuno en su reflexión, siempre buscando soluciones, ha dedicado su mensaje con motivo del Día de la Paz 2011 -que la Iglesia celebra el primer día del año- al tema urgente de la libertad religiosa. El título es ya toda una propuesta: “La libertad religiosa, camino para la paz”. Y es que la verdadera libertad religiosa compromete a todos, creyentes y no creyentes, a un respeto mutuo sobre las distintas convicciones y a valorar los diferentes puntos de vista, sin lo cual no es posible una auténtica democracia, respetuosa del pluralismo. Con mucha agudeza, escribe el Papa: “La misma determinación con la que se condenan todas las formas de fanatismo y fundamentalismo religioso, ha de animar la oposición a toda forma de hostilidad contra la religiosidad, que limitan el papel público de los creyentes en la vida política y social. No se ha de olvidar que el fundamentalismo religioso y el laicismo son formas espectaculares y extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del principio de laicidad”.
Efectivamente, encontramos en algunas autoridades del Distrito Federal a verdaderos “talibanes laicistas”; es decir, a personajes intolerantes a la crítica, fundamentalistas en sus principios inmorales, incapaces de aceptar el reto del diálogo con la racionalidad y el derecho. El autoritarismo y la intolerancia (que rayan en la falta de respeto y la vulgaridad) con que se manejan, no es un buen augurio para futuras responsabilidades públicas de quienes hoy ejercen la autoridad en la Ciudad de México. El legalismo en que se amparan es sólo una muestra más de su intolerancia.
Si el respeto a la libertad religiosa es camino para la paz, quiere decir que todo ciudadano creyente tiene derecho no sólo a vivir personalmente conforme a sus principios religiosos, sino a que éstos se le respeten para que pueda colaborar positivamente en la construcción de la sociedad a la que pertenece.
Conviene escuchar una vez más lo que el Papa señala sobre el respeto a las convicciones religiosas en su reflexión con motivo de la Jornada Mundial de Oración por la Paz: “es innegable la aportación que las comunidades religiosas dan a la sociedad. Son muchas las instituciones caritativas y culturales que dan testimonio del papel constructivo de los creyentes en la vida social. Más importante aún, es la contribución ética de la religión en el ámbito político. No se le debería marginar ni prohibir sino considerarla una aportación sólida para la promoción del bien común”.
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