sábado, 15 de enero de 2011

Hacia una nueva laicidad: Una oportunidad para México


La conmemoración del segundo centenario de la Revolución de la independencia y el primer centenario de la Revolución Mexicana, nos ofrece la oportunidad para reflexionar acerca de lo que los mexicanos hemos logrado como nación y lo que nos toca hacer.
Un análisis con una perspectiva histórica tan larga puede ayudarnos a descubrir en el tiempo las constantes o los rasgos característicos de nuestra patria, esas notas características que permanecen como telón de fondo, y que muchas veces son mejor apreciadas a distancia, o por observadores extranjeros.
Se asemejan estas constantes históricas a las corrientes profundas, que mantienen su curso a pesar de que en la superficie haya tempestades, borrascas y olas agitadas, porque éstas finalmente habrán de cesar y la mar seguirá su curso.
Lejos estamos de proponer una tipología del mexicano tal como fue acometida por un grupo de pensadores durante la primera mitad del siglo XX.
Es claro que esa tarea es ahora más que nunca imposible por la enorme diversidad y pluralidad del país, sin embargo parece evidente que sí hay algunos rasgos que identifican a lo que llamamos ‘lo mexicano’ y con los cuales se nos sigue identificando dentro y fuera de casa.
Entre estas constantes se encuentra sin lugar a duda, la profunda raíz religiosa y católica de la nación, que ha jugado y juega un papel central para la comprensión de nuestro pasado y posiblemente de nuestro futuro.
También lo es un acendrado patriotismo y una agitada vida política conectada a las grandes corrientes políticas y de pensamiento occidentales.
Estas dos grandes tradiciones han provocado con frecuencia perplejidad entre quienes constatan la existencia de un pueblo religioso como pocos, que coexiste simultáneamente con unas instituciones públicas con tintes anticlericales.
A diferencia de las violentas explosiones anticlericales de otros países, la veta antirreligiosa -con toda su crueldad y violencia-, ha sido también menos sistemática que en otras latitudes.
Esto quizá se deba al temperamento amable, cordial y moderado del mexicano, pero sin olvidar que también el mismo cobija un enorme potencial de violencia ciega cuando estalla.
A diferencia de lo que se decía de España, en la que sus ciudadanos iban siempre detrás de los curas, a veces con velas, y a veces con sogas para ahorcarlos; el mexicano quizá no asistirá con frecuencia a Misa, pero no tolerará que le quiten la posibilidad de ir si quiere.
Esta convicción la ha mantenido aún en medio de las más graves conmociones partidistas políticas y sociales, reafirmando su fe católica.
En múltiples ocasiones, a pesar de las visiones encontradas entre sus dirigentes, la sociedad mexicana, con una sabiduría mayor a la que las élites le otorgaban, discurría por caminos diferentes.
A intentar comprender cómo y por qué hemos vivido de esta manera las relaciones entre Iglesia, Gobierno y Sociedad va dirigida esta obra, con la convicción de que es posible una mejor solución para todos y que el pueblo mexicano está ahora preparando para hacerlo.
Los graves problemas que padecemos en la actualidad, parecen exigir una respuesta solidaria de todos, y la crisis puede ser la antesala de una oportunidad histórica difícilmente repetible.
Una generación consolidada de dirigentes -los de la transición democrática-, están a punto de empezar a ser sustituida por su relevo generacional, ¿será capaz de lograr las transformaciones que pide el país o habrá que esperar otros tiempos?, la moneda está en el aire.
Los retos que la globalización plantea a todas las naciones, el anhelo de salir de la mediocridad y de alcanzar los niveles de desarrollo integral que todos los mexicanos creen posible, exige el mayor esfuerzo de los hijos de una nación ya dos veces centenaria.
Fragmento de la Introducción del libro de José Enrique Mendoza Delgado, Hacia una nueva laicidad, Una oportunidad para México, IMDOSOC-CENDADIN, México, 2010, pp. 11-13.


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